Capitulo 20

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Solo en su estudio, Peter miraba fijamente la montaña de documentos pendientes. Le resultaba imposible trabajar; la desazón que lo aquejaba últimamente parecía eterna y las actividades cotidianas se le hacían intolerables. El caos de sus pensamientos y el recuerdo de la angustia de Lali en el cenador de Darfield el día anterior lo abrasaban.

¿Qué demonios le pasaba? Lo desconcertaba el que aquella mujer lo cautivara así; no era un hombre de los que cavilan mucho por una mujer, pero no había hecho otra cosa desde que la había descubierto en la recepción de Granbury.

Asqueado, se levantó bruscamente de su escritorio, se acercó a un aparador de nogal, se sirvió un jerez y se lo bebió de golpe. Cuando se disponía a servirse otro, se abrió la puerta y Finch cruzó el umbral.

—Su excelencia, la duquesa y lady Nina —anunció.

Peter hizo un movimiento seco con la cabeza y dejó el vaso, en absoluto de humor para hablar de trivialidades con su prometida.

Lo sorprendió la cara de preocupación de su madre al entrar. Nina, pálida, la seguía a unos metros de distancia.

—Madre, ¿qué ocurre?

—Ay, cielo, estaba esta mañana repasando los detalles del desayuno nupcial con Nina y lady Whitcomb cuando han recibido una noticia terrible —exclamó Elena.

Peter sintió una punzada de pánico en la boca misma del estomago y se volvió hacia la joven. Ella bajó la vista al suelo. El se le acercó en seguida y le tomó las delicadas manos.

—¿Qué noticia es ésa, Nina?

—Es la abuela. —Rompió a llorar—. Ay, Peter, está muy grave. Mamá y papá se están preparando para salir hacia Tarriton en seguida. —Un lagrimón le cayó del rabillo del ojo.

Él se lo secó con la yema del pulgar.

—Entonces, debes ir a su lado de inmediato. Finch, que preparen la calesa.

—Sí, excelencia.

Nina sorbió el aire, esforzándose por contener las lágrimas. Peter le pasó un brazo por el hombro y le apoyó la cabeza en su hombro.

—Lo siento muchísimo, cariño —murmuró.

De pronto ella lo agarró por las solapas de la chaqueta.

—Vienes conmigo, ¿verdad, Peter? No soporto la idea de hacer ese viaje sola, ¡en serio, no puedo!

La imagen de Lali le pasó fugazmente por la cabeza y, sin darse cuenta, se agarrotó.

—Nina, tú eres muy fuerte cuando tienes que serlo.

Ella sollozó de nuevo.

—¡No, Peter, no soy fuerte, en absoluto! ¡Es superior a mis fuerzas! ¡Me hacía mucha ilusión que la abuela nos viera casarnos...! ¡Le prometí que lo vería! Por favor, ¡acompáñame!

Peter titubeó. Se le amontonaban las excusas en la cabeza y lo maravillaba la facilidad con que se le ocurrían. Por encima del cogote de Nina, Peter vio a su madre, pero desvió la vista de prisa. Daba igual; notaba cómo ella lo atravesaba con la mirada, su desaprobación emanaba por toda la estancia y lo engullía entero. No le extrañaba. Nina sería su esposa en un par de semanas, y él titubeaba y buscaba un modo de librarse de acompañarla al lecho de muerte de su abuela. Pero ¿qué demonios le ocurría?
—Entiendo que te necesitan aquí. Sé lo importante que es tu trabajo —masculló Nina, tratando de convencerse a sí misma—. Pero Tarriton está a sólo dos horas de Londres. —Lo miró y el brillo de sus grandes ojos lo hicieron arrepentirse de inmediato.

Todo o nada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora