Capítulo 3 Solución

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Ellos habían debatido mucho sobre esta idea. A pesar de que siempre les pareció intrigante y fascinante, realmente nunca se plantearon hacerlo, consideraban que estaba fuera de su alcance, era algo que quizás podrían hacer al ser adultos o cuando tuviesen un mayor conocimiento de la vida y fuesen más conscientes de los peligros o consecuencias que esto podría desencadenar. En realidad, el único que pensaba esto último era el amigo de Alan.

Habían conversado esta idea por un mes, un par de semanas antes de que iniciaran las vacaciones de invierno. Al principio fue solamente una sugerencia que apareció en una lluvia de ideas donde se dice que ninguna idea es mala. Sin embargo, la verdad es que, lo que comenzó como una mera ocurrencia tomó más fuerza conforme pasaban los días. ¿La razón? El amigo gustaba de una chica desde hace tiempo y, justamente, Ray, como su fiel cómplice y primer capitán de aventuras, estaba enterando de todo lo relacionado con el tema. La desesperación del amigo había llegado al límite, frases como: <<Quién entiende a las mujeres>> <<Mi padre dice que son el misterio del universo>> <<Cada vez las entiendo menos>> o <<Parece que hablan otro idioma>> fueron el pan de cada día de sus pláticas.

Los consejos recibidos habían variado: <<Fíjate en otra chica>> <<Deberías intentar complacerla>> <<Dale por el lado>> o <<Habla con sus amigas>> Por un momento, Alan estuvo a punto de darse por vencido y Raymundo, quién era normalmente positivo y le daba ánimos, le dijo que quizás dejarla de lado era lo mejor.

Un mes después, ahí estaban, defendiendo hasta el final a la opción que comenzó como una idea loca. En sus cabezas, esta representaba una solución realista y práctica, se les ocurrió una tarde en una de sus tantas charlas vespertinas; estaban sentados junto a la banqueta frente a la paletería.

Llegaron a la conclusión de que las mujeres no eran capaces de entenderse por sí mismas, y era justo por eso que volvían imposible para los hombres comprenderlas. <<Por supuesto que ellas lo negarán y fingirán lo opuesto solo para tener razón>> dijo Alan.

Debatieron por varias horas y propusieron la siguiente solución: hacerles ver a las mujeres que no es fácil entenderlas. Y si usted, querido lector, cree que eso ya será difícil, espere a escuchar cómo estos brillantes jovencitos planean hacerlo: ponerlas en el lugar de los hombres. Durante todo el año su maestra no paró de mencionar la palabra empatía, un concepto nuevo que les costó algunos exámenes entender; Él ya lo había comprendido: ponerse en los zapatos del otro; se sintieron orgullosos de poder aplicar a su vida algo que aprendieron en la escuela.

¿Cómo lograrían hacerlo? La única forma en que podían llevar a cabo su plan y hacer que las mujeres probaran un poco de su propia medicina, era cambiar de lugar con ellas. Eso era imposible; sin embargo, Alan no se rindió ahí, utilizó sus limitados conocimientos para investigar en fuentes confiables y su muy crédula imaginación para pensar que, efectivamente, podía ser posible. Si ellas eran capaces de verse al espejo a conciencia, el mundo sería un lugar mejor.

Así pues, un mes después estaban parados frente a la casa de uno de los brujos, chamanes o como quieran llamarles, de mayor fama del pueblo. Los chicos entraron un poco temerosos, iban sin supervisión de un adulto y con una mentira como coartada, pues según sus padres, ellos estaban jugando fútbol o haciendo alguna travesura normal de los chicos de su edad. Aunque, en realidad, no eran tan chicos, ambos tenían 16 años, casi 17; habían entrado completamente a la adolescencia y parte de ello se reflejaba en la curiosidad y ambición que sentían por sentirse capaces de comerse al mundo y alcanzar todo lo que se propusieran.

La casa de ese señor no estaba en una de las calles más transitadas, al contrario, era una de esas calles que se desprendían de la calzada principal. Estaba casi al final, junto a un montón de casas viejas que terminaban en un enorme baldío; era un lugar que las personas no frecuentaban salvo que vivieran ahí, pues tampoco había negocios o centros de trabajo muy cerca. Todo carro o persona que entraba a esa calle era inmediatamente reconocido, ya que todas las familias colonas eran cercanas entre sí.

Voces cruzadasOnde histórias criam vida. Descubra agora