Capítulo 9 Pinta

6 1 2
                                    

—No puedo creer que de verdad faltaste.

Yo tampoco. No creo que sea tan malo para dar consejos, pero creo menos que ella me haya hecho caso. ¿Cuántas veces he intentado que falte a entrenar y nunca quiere?

Si alguien le preguntara a Alina por sus atributos o por las cosas que más le enorgullecen de sí misma, seguro diría la disciplina. ¿Por qué? Ella decía que la disciplina implicaba otros cinco adjetivos, los cuales la gente solía ignorar: responsabilidad, constancia, puntualidad, respeto y compromiso.

Raymundo, un tipo que no era un desobligado, pero tampoco el más constante de todos, solía llamarla por las tardes para hacer cualquier cosa que se le acabara de ocurrir sin previo aviso, chocando muchas veces con su horario de entrenamiento. Casi siempre recibía una negativa, se tomaba muy en serio su compromiso con el equipo. Eso hacía que él se esforzara cada vez más en presentarle un rato de diversión de la manera más atractiva posible. No podía negar que la tentación había sido grande en más de una vez, pero siempre lo había relegado a un segundo plano.

—¿Tú no lo decías en juego o sí? —No se había detenido a estudiar esa posibilidad hasta ese momento. —No me contestes, yo lo hice porque creí que así me extrañarías menos. —dijo mientras le daba la espalda, quizás por eso fue que se atrevió a decirlo.

—Yo no... —la voz se le cortó— no quise decir que no te fueras, el tenis es lo máximo para ti —suspiró—. Solo es cuestión de que me adapte. Además, sería buena idea no ver a Gael más.

Ahí estaba, la burla necesaria. Todo de vuelta a la normalidad.

—Ya déjalo. ¿Qué necesita tu mamá? —dijo echando un vistazo a todo el estudio.

—Necesita un niñero para el lugar, hoy tiene que quedarse en casa con mi hermana.

El lugar parecía no tener vida cuando su propietaria no estaba ahí, salvo en el salón de la recepción y en el salón de sesiones, el resto del lugar no tenía tanta luz, ni siquiera entraba la luz natural. Pero una de sus ventajas era que no importaba la estación del año, siempre estaba fresco.

—Oye —se detuvo en seco— ¿Y si tu mamá se da cuenta? Va a creer que soy mala influencia. —Era la primera vez que se preocupaba por eso.

—Muy tarde, si me atrapan te culparé. —Él palideció— Mi mamá no se entera de muchas cosas y sigo viva, tranquilo. —Ella se sentó en el piso, pegó su espalda a la pared más cercana a la puerta que daba a recepción para así poder escuchar si alguien llegaba.

Habiendo tantas sillas, te tienes que sentar ahí. No me gusta sentarme en el piso. Además de que el color es feo, yo me opuse cuando remodelaron.

El estudio tenía sillas de diferentes tipos, era una manía que tenía su abuelo. Le gustaba cambiar de salas, comedores y cualquier mueble decorativo cada cierto tiempo, pero se negaba a tirar aquellos que ya estaban viejos. Así pues, su casa se había convertido en un collage de sillas, aquellas que su madre se había negado a desechar cuando murió. Era algo pintoresco.

—No puedo creer que tú eres parte de esta familia y yo no te conocía —dijo ella asombrada una vez más. Golpeó el piso con las yemas de sus dedos para indicarle que se sentara.

Yo tampoco lo supero.

El tiempo pasaba y su sorpresa no terminaba, repetía lo mismo una y otra vez cuando lo recordaba. Alina había pasado por ahí cientos de veces, había solicitado los servicios de su madre varias veces, pero nunca se había topado con él hasta que coincidieron en su época de secundaria. Le pareció extraño que conociera a sus padres, a sus dos hermanos e incluso a sus primos y tíos, pero que ignorara su existencia.

Voces cruzadasWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu