CAPÍTULO 3

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El invierno arreció en los últimos días, convirtiendo a Ivory Peaks en una tumba blanca y silenciosa. La nieve lo había cubierto todo como un manto y el frío penetraba hasta los huesos. Arian no recordaba haber visto un escenario como este; sin embargo, no tuvo tiempo para detenerse y meditar en ello. No cuando se encontraba ante Blake, quien continuaba mirándolo con aquellos ojos profundos y la siniestra media sonrisa formándosele en los labios. Era la de un animal sediento de sangre, a punto de lanzarse sobre su presa. La conocía bien, era el preludio de las desgracias.

No necesitaba que Blake sonriera, de cualquier modo, el hecho de ser forzados a reunirse ante él y sus verdugos le parecía suficiente. Había sido igual desde el principio. Ahora alguien moriría. Arian se estremeció ante aquel pensamiento, y no pudo evitar pegarse al cuerpo de su madre un poco más, como si aquello pudiera volverlo invisible.

Cuando uno de los lobos Zeta que los sometía fijó su mirada gris en él, Arian supo que su final había llegado. Había sido de la misma forma en cada oportunidad, sin variaciones, sin misericordia.

Los recuerdos cruzaron su mente como una estrella fugaz, dejando tras ella las crueles imágenes de la última matanza y los gritos horrorizados de las madres que perdieron a sus pequeños en aquella ocasión. Los últimos no Omegas de la manada. Entre ellos había estado su hermano mayor. A Arian le tomó un año entero encerrar en la profundidad de su mente aquellos aterrorizados ojos azules que lloraban sangre. Los gritos desgarrados de Aine, sin embargo, se tatuaron con fuego en su memoria.

Ella había tomado el cadáver del pobre niño y lo acunó durante horas, en medio del mar escarlata que atravesó Ivory Peaks. No permitió que nadie se le acercara mientras se balanceaba con él, susurrándole una canción. Blake, el padre de todos ellos, le permitió llorarlo hasta que la luna se asomó. Luego le concedió tres días de luto antes de... volver a herirla.

Aun ahora continuaba sin entender cuáles habían sido sus «pecados». ¿Por qué debieron morir por algo sobre lo que nunca tuvieron control?

—Tú —dijo el Zeta, señalándolo—. Ven acá.

Por instinto, Arian dio un paso al frente. De inmediato fue empujado hacia atrás. No tuvo tiempo de reaccionar, por lo que cayó sentado sobre la nieve. Segundos después, el cuerpo de su madre lo cubrió con su sombra, al mismo tiempo que los gruñidos resonaban en el aire. El resto de las madres jadearon, aferrándose a sus hijos y retrocediendo aterradas.

—¡Atrás, Omega! —advirtió el Zeta, entre dientes, apretando los puños para contener la furia que le causaba su acto de rebeldía—. ¡Retrocede y entrégalo!

—¡No! —exclamó furiosa, enterrándose las uñas en las palmas de las manos. La sangre cayó como gotas sobre la nieve.

Aine volvió a gruñir. Arian jamás la había escuchado hacerlo, por lo que creyó que los lobos como ellos no tenían la capacidad. Pero al verla a punto de mudar de piel para enfrentarse a un hombre que no solo la superaba en tamaño, sintió admiración por ella. ¿Era realmente su madre una Omega? Viéndola así, decidida y a punto de atacar, le pareció más bien una Alfa.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónWhere stories live. Discover now