CAPÍTULO 9

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La tierra le quemaba las plantas de los pies. Debajo del abrasador sol del mediodía, Arian contempló la lucha que se desarrollaba. Si bien tanto Ozara como Cedric insistían en llamarla «entrenamiento», y puede que lo fuera hasta cierto punto, la mayoría del tiempo eran enfrentamientos sin reglas que terminaban en baños de sangre. Tuvo el presentimiento de que sería igual en esta ocasión.

Debía serlo. No existía probabilidad de que Rhys perdiera, en este mundo o cualquier otro, ¿verdad?

Al verlo rechazar el cuchillo que le ofreció Ozara y adoptar una posición de ataque mientras cerraba las manos en puños, algo se agitó dentro de él. No fue su lobo, y si acaso lo era lo sintió diferente. Se parecía más bien a un mal presentimiento. De esos que había tenido en innumerables ocasiones mientras vivió en Ivory Peaks y que siempre terminaban en desgracia.

Ese niño pelirrojo tenía esa mirada... La misma que solo supo causarles dolor a él y a los miembros de su extinta manada: llena de odio y una profunda sed de sangre. Podía fingir cuanto quisiera; pero Arian lograba ver a través de ella al demonio de pelaje oscuro que se removía inquieto en su interior. Era tan poderoso como el de Ozara, y mucho más inestable.

Le pareció lógico, ya que eran hermanos. Aunque Rhys como humano no se parecía a Kean en absoluto, sus bestias interiores no solo rivalizaban, sino que eran el reflejo del otro. Bloody no necesitaba ser un rojo gigante al igual que Crimson para infundir temor. Lo hacía por sí mismo, rindiéndole honor a su nombre. Él no era otra cosa más que un monstruo sanguinario, carente de corazón.

Los gruñidos que rasgaron el aire lo devolvieron a la realidad. Arian se mantuvo inmóvil, en la distancia, y contuvo la respiración. No se había equivocado en cuanto a Ezra, y el hecho de saberlo no lo alegró. Por el contrario, su corazón se inquietó, esperando lo que fuera que debía suceder.

El niño, cuyo cabello rojizo se ondulaba en el viento, gritó lanzándose furioso contra Rhys. Cualquier rastro de humanidad que hubiera habido en su rostro se desvaneció justo cuando el negro profundo engulló el color de sus ojos. De ese modo, resultaba aún más imposible negar su parentesco con Ozara, quien no lograba esconder la ansiedad incluso si aplaudía para animarlo. Arian pudo olerlo en él.

Luz de luna carmesí | Manada de Crimson Lake#1 | 2 ediciónOù les histoires vivent. Découvrez maintenant