Enrique

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Eran inconcebibles las proporciones a las que había llegado esta nueva manía. Siempre había sido un poco desvelada, pero ahora, que las horas pasaban y pasaban mientras ella jugaba con los colores en la computadora, se encontraba completamente separada del mundo, de su familia, de sus amigos.

Bostezó largamente. No faltaba mucho para el amanecer; las manecillas todavía no marcaban las cuatro de la mañana y los amaneceres en febrero no llegan tan pronto como en verano. Además, también era comprensible que tuviera problemas para conciliar el sueño debido a los perros del barrio que ladraban la noche entera. ¿Por qué demonios no se callaban de una vez?

Se levantó pesadamente para asomarse a la ventana y verificar, una vez más, que ladraban sin motivo alguno. Y sí, ahí estaban los tres, ladrándole al vacío. ¿O no? ¿Esa sombra era alguien? ¿Un hombre gris? Se parecía a alguien. Se parecía a Enrique. ¡Sí, era Enrique! ¿Qué demonios estaba haciendo Enrique ahí a esa hora?

Lo raro era que los perros le ladraran, porque lo conocían bien; y no había explicación alguna para que se ensañaran de ese modo con él, así como no se entendía que él les estuviera lanzando piedras con tanta virulencia, ni que los perros se le echaran encima mordiéndole los brazos con los que pretendía cubrirse la cabeza.

Ella habría querido correr, gritar, golpear, detener de un solo golpe la agresión contra su amigo. Abrió la ventana y comenzó a gritar inútilmente. Nada. Los perros no daban muestras de escuchar nada. La desesperación movió sus manos y ella no alcanzó sino a golpearlas una contra otra en dos absurdos y patéticos casi aplausos que, inexplicablemente, lograban el propósito de que los perros lo soltaran. Ahora se habían volteado y la miraban fijamente a los ojos.

Bajo las sombras de un día que no ha comenzado ni siquiera a iluminarse, los perros se han metido a la casa por la ventana abierta. Enojados, rabiosos. En ese mismo instante, acostado cómodamente en una cama a una cuadra de distancia, Enrique es despertado por el súbito silencio;muy en su interior tenía la certeza de que ella había venido a visitarlo ensueños.

Cuentos sin sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora