Oscuros

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Yo sé que me buscan. Se encuentran a la vuelta de la esquina o en el siguiente callejón. Me buscan para robarme, quieren mi dinero, mi reloj, mis anillos. Yo me pego a la pared. Quisiera ser como papel tapiz para que pasen frente a mí sin verme, sin tratar de quitarme el bolso de las manos. No quieren escuchar, no quieren detener su atraco el tiempo suficiente para que saque del bolso la cartera y, de ésta, la foto, antes de soltarles el resto. Todo les puedo dar, todo, pero la dedicatoria, no. La oscuridad de la noche los protege a ellos tanto como me protege a mí. Amalgamada en esta superficie de ladrillos, no pienso moverme. Tal vez me pegue a la pared tanto que me convierta en muro: sorda, muda, ciega, enorme.

El tiempo se estira y se aplana hasta que se detiene. Me llega el sonido grueso de su ropa rozando otras paredes de este laberinto de ciudad a oscuras. Si hubiera luz yo no podría esconderme y ellos no reptarían buscándome a tientas. Si fuera de día, mi bolso y yo estaríamos en el trabajo, seguros, lejos de su alcance, encerrados en ese minúsculo espacio donde los vidrios blindados nos protegen, donde mi sonrisa no se interrumpe porque nadie me puede dañar o perseguir.

Oigo cómo se acercan y se alejan, esforzándose por escuchar mi respiración. Si me hubieran tenido paciencia, habría sacado la foto y se hubieran llevado todo lo que para ellos tiene valor. Pero el bolso entero no se los puedo dar. Esa foto es lo único que me queda de aquellos besos, de aquellas noches donde la oscuridad también me ayudaba y me hundía, en ese cuarto donde no había terror ni paredes, en la negrura del tacto de las sábanas, almohadas y piel, de la boca que casi me comía, túnel eterno por donde entraban las burbujas de mi cuerpo. La misma penumbra en que se envolvieron las palabras con las que me sacaste fuera de tus sueños arañándome el pecho con tu voz, viento de azufre. Una sola vez me dijiste que me amabas y ésa sola vez quedó grabada en un trozo de papel con tu imagen al otro lado.

Mis manos se enroscan, mis pupilas inútiles por la falta de luz se abren tanto que duelen. Los dedos de esa mano van tocando mis piernas, suben por mis muslos, buscan mis brazos, mis manos, mi bolso.

La oleada abrasante que llena mi boca me desconcierta. Debo haber intentado correr porque el frío del ladrillo que se me metía por la espalda se ha convertido en la humedad con la que el pavimento moja mis rodillas. Las manos me recorren la espalda mientras la boca se me llena del ferroso sabor a sangre de algún diente roto tras golpear el contenedor de basura. Encuentran mi muñeca y me quitan el reloj, pero mis dedos engarrotados se aferran al cuero. Quieren que lo suelte, quitarme los anillos y llevarse mi bolso entero. Intentan arrebatármelo. Rápido movimiento, sacar cartera, soltar el bolso. No quieren dejarme la cartera, no tiene un centavo, pero no me escuchan. Mis manos no se abren, las uñas se encajan. Una patada. La cartera es mía, tu foto es mía, no voy a soltar nada. ¿Esperabas que se las diera? No les iba a dejar tu única confesión de amor. Tú sí puedes tener todo: mis fotos, el suéter que tejí, las dedicatorias de los libros que puse en tu mano, porque te di todo, entregué mi cuerpo, mi alma, comprometí el futuro, renegué del pasado, me tomaste entera y yo me quedé vacía. No voy a soltar tu foto, aunque tiemble con el frío metal que toca mi frente, porque de todos modos yo no podré escuchar el penetrante estruendo del disparo que me derrumba.

Cuentos sin sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora