₁₃Modales de hielo

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¿Qué me hizo? ¿Qué sucedió entonces? ¿Qué... me hizo?

La ciudad de los señores del invierno estaba ardiendo

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La ciudad de los señores del invierno estaba ardiendo.

Los estrechos caminos que conducían hasta el foso, hacia la primera terraza, vomitaban humo y brasas, las llamas devoraban los bálagos de los tejados apelotonados de los edificios, lamían los muros del castillo. Desde occidente, desde el lado de la puerta de los muelles, llegaba un estruendo, el sonido de una lucha encarnizada, los secos golpes del ariete que hacían temblar las puertas de cada casa. 

Kryo sintió cómo el jinete que la llevaba en el arzón sujetaba violentamente el caballo. Escuchó su grito.

—Agárrese majestad —gritaba— ¡Agárrese!.

Otros jinetes con los colores del invierno los adelantaron, volaron a cortar a los usurpadores. Kryo lo vio todo con el rabillo del ojo, durante un instante: un loco torbellino de capas negras y rojas entre el gemido del acero, el golpeteo de las espadas sobre los escudos, el relincho de los caballos y un aleteo de ave...

Un grito. No, no un grito. Un aullido.

—¡Agárrate!

Miedo.

Cada sacudida, cada tirón, cada paso del caballo desgarra dolorosamente las manos aferradas a las bridas. Las piernas, crispadas en una posición incómoda, no encuentran apoyo, los ojos lloran del humo. Los brazos que la envuelven ahogan, sofocan, aplastan dolorosamente las costillas. A su alrededor se alzan los gritos, tales como jamás había oído.

¿Qué se le puede hacer a un ser humano para que grite así?

Miedo. Un miedo que deja sin fuerza, que paraliza, que ahoga.

De nuevo el chirrido del hierro, el relincho de los caballos y el aleteo. Las casas a su alrededor bailan, unas ventanas que vomitan fuego aparecen de pronto allí donde un momento antes sólo había un camino con nieve teñida de rojo, cubierta de cadáveres, llena de los haberes que habían desechado los fugitivos.

De repente, un grito de una onda expansiva colisionó con todo a su alrededor, un sonido que parecía el crujir del hielo al romperse en mil pedazos.

Era el mismo sonido que emitía su ísseiðr: un susurro sutil, un zumbido eléctrico que acompañaba el poder helado de su magia.

Hubo una caída, un choque, un doloroso golpe con la armadura. Junto al estrépito de los cascos pasa fugazmente sobre la cabeza el vientre de un caballo y una sobrecincha deshilachada, un segundo vientre de caballo, unas bardas destrozadas, un violento golpe contra la tierra, que parece extraordinariamente inmóvil tras la cabalgada salvaje. Un grito, sofocado y sordo, aquí junto a ella algo enorme y negro se desploma sobre el barro con un chapoteo, salpicando sangre. Un pie acorazado tiembla, se agita, huella la tierra con unas enormes espuelas.

¹Reyes del Norte•GOTWhere stories live. Discover now