Capítulo 4 | Las cartas sobre la mesa | Acto 1

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Marialí

Un hogar tan pequeño había resultado ser tan acogedor. Nadie hacía el café como Corik, cuyas décadas de barista antes de acoger a Marialí lo respaldaban. Junto con Genji, era de los únicos que mostraba optimismo por su situación, cada día decía lo mismo: "La casa es pequeña, pero los sueños son grandes". Necesitaba creer eso, más aún lidiando con el neo nato que llevaba en brazos.

Era tan frágil... tan... hermoso. Como ver en un espejo todo aquello que era y pudo ser. Él era una promesa, era así como Genji lo había descrito, una promesa de que todo estaría bien. Marcus se emocionaba cada vez que podía cuidar de su hermanito. Aún cuando no compartían ni un ápice de sangre, el niño al que rescató de las calles había decidido comprometerse a ser el hermano mayor perfecto del bebé.

Aún no tenían un nombre, tanto ella como Genji habían entrado en charlas largas y tendidas sobre una infinidad de personajes históricos importantes, pero ella no quería un nombre Ein y a Genji se le hacían aburridos aquellos provenientes del otro continente. Ambas posturas eran justas; por un lado, sería demasiado gracioso que el hijo de un profesor de artes marciales se llamase Genichiro.

—Suena bonito y hace homenaje a un gran comandante de Akatsu, que cumplió un gran papel en la difusión de las artes marciales eternas. —Dijo Genji una vez. —Le quedaría bien...

—Cariño... —refunfuñó ella. —No pienso cumplir un estereotipo por error.

Y por otro lado, la idea de un nombre de Zentella o Galoneh despertaba en su esposo unas irrefrenables ganas de dormir. Eran nombres bonitos, pero tenía que admitir que algunos sonaban demasiado pretenciosos.

Y de pronto, sucedía de nuevo. El aullido de una bestia feroz sonaba justo antes de ver aquel pequeño mundo destruído por completo. El olor a café y humedad era reemplazado por el metálico hedor de la sangre, mientras aquella bestia le arrebataba a su bebé, obligandola a verlo irse sobre la estela de cadáveres que otrora fue su refugio. Y de pronto, un dolor inimaginable en la cara, el inmisericorde tacto del fuego, que fundía por completo su mundo y lo hundía en la nada absoluta.

. . .

Un grito ahogado sonó de pronto en frente suyo, junto con el estruendo del cemento siendo perforado por un lápiz. Era Emile, quien se había detenido justo antes de que el objeto se clavara de lleno en su cabeza.

—Mierda, eso fue un gran tiro. —exclamó ella intentando ocultar su terror.

—Lo siento... —se lamentó Marialí. —Tuve un mal sueño.

—¿De nuevo?

—A menudo —respondió, ante lo que pudo sentir cómo en la mirada de Emile crecía la preocupación. —¿Tienes hambre?

—¿Quieres hablar? —preguntó Emile ignorando su intento por eludir el tema.

—No —exclamó de la forma más educada posible. —Con té es suficiente.

No era un día para relajarse de todas formas. Aún quedaban cosas que hacer tras el mensaje de Alyster.

HAU | La estrella que iluminó al TricksterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora