La Mansión

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—Oye, Risa.

El sonar de su voz podía parecer un poco molesto, según quién lo escuchara. En la mano diestra llevaba un hidratador con sabor a té de manzanilla, muy bien regado dentro de una elegante taza blanca hecha de cerámica artificial. En la izquierda, cargaba la triangular cabeza decapitada de un androide.

Su nombre era Hermes. Su cráneo robótico tenía la forma de un coyote negro, sin orejas, con dos ovalados visores azules que casi le daban la sensación de ser un personaje de caricatura. Sobre la cabeza, lucía un sombrero de fedora de tonalidad blanca, que hacía juego con el resto de su elegante traje del mismo color.

Bebía de su hidratador, agarrando la taza cual si fuera miembro de la realeza, con el meñique levantado. Su silueta descansaba, de pie, a mitad de un río de cadáveres robóticos. Todos ubicados frente a aquel gran mansión construída con clara madera artificial. El distrito delfín, hallado en el norte de la ciudad, se caracterizaba por sus edificaciones elegantes con estructuras asombrosas, todas ubicadas sobre grandes montañas de metal con matices distintivas.

Aquel era la mansión VV-Oti, hogar de la familia mafiosa de mismo nombre. Una enorme estructura de arce falsificado con un visible portón rojo en la entrada, y césped verde, preconstruído, rodeando sus exteriores. Las grandes fuentes de ostentosos aspectos eran decoradas por los restos de los matones que habían sido asesinados hacía tan solo unos pocos segundos atrás. Taponaban el flujo del agua, dejando ver largos charcos que se expandían a través de la pradera.

—Oye. Oye, Risa. Imagina que estás frente a una habitación con 3 interruptores.

—Otra vez no...

Se decía ella, a si misma, mientras con su pierna golpeaba el torso metálico del último robot con vida, partiéndolo en dos. Esa es la clase de cosa que Arisa podía hacer con el simple uso de su fuerza bruta. Después de todo, tenía un cuerpo construído específicamente para dicha función. Giró su rostro en dirección a su compañero. Era una androide de aspecto peculiar, con una cabeza encorvada y extendida hacia adelante, que casi daba la impresión de ser un tiburón metálico.

Sus visores rosas parpadearon un poco. La luz chillona de las palmeras de Osoris, que combinaban con sus ópticas, era suficiente para iluminar el escenario. Igual que Hermes, Arisa iba vestida con un elegante traje de corbata, aunque este era negro; y llevaba un sombrero en la cabeza, desde el que sobresalían sus largos cables salmón, que servían para imitar el cabello de una fémina. Sus dos hombreras gigantes expulsaron un poco de humo tras todo el esfuerzo.

—Cada uno de los cuales —siguió Hermes, emocionado, moviendo la mano en la que llevaba la cabeza decapitada, para darle énfasis a sus palabras —, controla una bombilla adentro de la habitación.

—Tira esa cosa y empieza a moverte. Vamos a entrar.

—Sin embargo —Hizo caso a lo que le decían, y tiró la cabeza hacia atrás sin preocuparse demasiado por ella, comenzando a moverse hacia la puerta —, tú no sabes cuál interruptor enciende cuál bombilla. Tu deber, Risa, es descubrirlo. ¡Pero ojito! Porque sólo puedes entrar a la habitación una sola, simple, única, ¡sencilla! Vez.

—¿Por? —Risa llevaba dos repetidores largos en la espalda. Uno de ozono, semiautomático y de largo alcance. Otro de calor, con la forma de una escopeta gorda. Mientras caminaba, se sacó el segundo.

—¿Qué?

—¿Por qué sólo puedo entrar una vez?

—Bueno... No lo sé.

—Eres inconsistente, Hermes. Justifica mejor tu historia.

—¡Vale, vale! ¡Espera! Ok, espera. Déjame justificarla, ¿vale, Risa? La justificaré increíblemente bien. ¡Increíblemente! Tan bien que no lo creerías. ¡Escucha! Te están apuntando con un arma. ¡Un arma muy poderosa! Potente, pontentísima. Y si entras más de 2 veces, te matan. Te disparan, a la caja.

OsorisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora