El Ojo

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Desde afuera, el edificio Gorcorp saludaba con cierta condescendencia al aeromovil que se le acercaba. Era un vehículo oscuro, de apariencia tosca, como de una camioneta 4x4 que flotaba en el aire. Sus propulsores del área baja brillaban en el mismo celeste que el resto de luces de la ciudad. Gorcorp también era robusto. Una edificación gigante con forma de rey, como una figura de ajedrez. Su base era plana, su torso esbelto, y su punta cuadriculada, cual si imitara una corona.

Adentro, lejos del panorama de Osoris, las paredes eran blancas, decoradas por finas líneas negruzcas que se les deslizaban por los bordes y realzaban sus vidrieras: extensos ventanales celestes que daban paso a observar el paisaje en velo de la ciudad. Muteaban los colores tan vibrantes que salían de las calles, lo suficiente para hacerlos visibles. Esta era la razón por la que la mayoría de ventanas de Osoris estaban tintadas de un azul claro. Ayudaban a ver hacia afuera sin cegarte los ojos. Aunque, claro, ninguno de sus ciudadanos realmente tenía ojos.

Ubicado en el centro absoluto del edificio yacía uno de tantos pisos burocráticos, donde redactores de Gorcorp se dedicaban al papeleo típico que venía con su organización. Para muchos, aquel era el trabajo más aburrido de la famosa compañía. Pero aquellos que lo hacían, parecían disfrutarlo bastante. Después de todo, si no lo hicieran, no estarían allí. En Osoris, nadie estaba obligado a hacer nada que no quisiera hacer.

Tomando un descanso, dos androides de cabezas redondas yacían sentados en un gran sofá rojo, en uno de tantos pasillos que daban paso a uno de tantos elevadores. El megáfono acababa de anunciar la llegada del binomio Ceiba, es decir, aquel camioneta voladora que hacía unos segundos se estaba acercando a la edificación. El par de soularids observaban, atentos, a la puerta automática de cristal, mientras tenían cada uno una taza de hidratadores con sabor a café en sus respectivas manos.

—Escuché que una vez rompieron una caja.

—Imposible.

—¡Es lo que oí!

—Nadie rompería una caja, güey. Nadie. Ni siquiera los chupa-almas. Ni los más sucios de ellos. ¡Ni siquiera el caminante!

—¿Qué eres? ¿Imbécil? El caminante tuvo que haber roto una, sí o sí. ¿Por qué crees que lo buscan tanto? Todo el mundo dice que lo hizo. ¿Y esos dos? Esos dos también, ¡te lo juro!

—Cállate la puta boca, no te creo.

—Bro...

—Nah, bro.

—Bro...

—¿Bro?

—Te lo juro, bro. Están locos, bro. Son un par de locos, bro.

—Tú estás loco, bro.

—Bro... Brother... Broski. Son el binomio Ceiba, broderoski. El putísimo binomio Ceiba. ¿Me vas a decir que no los crees capaces? ¿Los mismos tipos que plantaron una bomba en el distrito central?

—Broskatroski...

La conversación se vio interrumpida cuando el par de locos de los que hablaban entró en la sala. Sus siluetas se hacían presentes a través de aquel transparente portón doble que se abría al final del corredor. Uno bajo, otro alto. Uno gordo, otro flaco. El más largo, moviéndose con su característico bailesillo, llevaba sobre el hombro una larga cuerda de color negro con textura bizarra, gelatinosa, que la hacía ver translúcida. Observó al par de chismosos en el sofá, saludándoles con el gesto clásico de bajar su sombrero.

—Hermes, concéntrate.

Exclamó su compañera, la más baja, mientras le pegaba un codazo. Ella, Arisa, al igual que Hermes, llevaba otra cuerda gelatinosa y semi-transparente sobre una de sus enormes hombreras. A diferencia del masculino, que jugueteaba con su sombrero cada vez que tenía oportunidad, esta mantenía el suyo quieto y en su sitio. El contraste de ambos autómatas no tardó en hacerse presente; él, con su traje de gala blanco, ella con el negro. Él, con su cabeza en forma de coyote, ella de tiburón.

OsorisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora