La Androide

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Osoris era grande. Tanto que perderse en ella podía ser fácil, especialmente cuando te ponías a pensar en su gran variedad de distritos. Algunos no diferían mucho de los otros, mientras que algunos parecían universos totalmente diferentes al resto de la ciudad. El distrito del sol entraba en esa última categoría.

Era el sitio predilecto para las actividades de ocio menos éticas que la ciudad podía ofrecer. Desde bares de mala muerte hasta prostíbulos baratos, pasando por boleras y centros de magnoball. Lo que podías hallar era vasto y variado, pero siempre tenía un toque siniestro. Las zonas de juegos tranquilos en apariencia, por ejemplo, tendían a ser áreas ideales para apostar. Y las apuestas en Osoris nunca eran bonitas.

Sin embargo, lo que destacaba del distrito del sol no eran sus establecimientos centrados en la vida loca. Ni siquiera el hecho de que se llamara "distrito del sol", a pesar de estar ubicado en el sur de Osoris, donde la eterna oscuridad de la noche era más fuerte que en ningún otro barrio. No. Lo que destacaba del distrito eran dos cosas.

Primero, el hecho de que todo flotaba. La mayoría de regiones en la ciudad se caracterizaban por su impresionante arquitectura, con sus enormes edificaciones y robustas residencias. Aquí, las estructuras eran más bien tranquilas, de tamaños medianos o pequeños, y todas flotaban sobre curiosos arcos de energía que brillaban en poderoso azul. El suelo, el de abajo del todo, era liso, neón y brillante, como una vidriera dantesca que rellenaba la totalidad del escenario. Estaba vacío. Todo volaba lejos de él.

Y, segundo, la falta de palmeras rosas. En su lugar, dichas plantas eran celestes, mucho más brillantes, y también pequeñas. Mientras que en la mayoría de distritos de la ciudad, estos árboles artificiales podían llegar a superar el tamaño de algunos edificios, aquí las palmas no solían ni llegar a la altura de un soularid promedio.

El bar de los moteros del sol estaba ubicado en una de tantas esquinas del distrito, orbitando a la deriva. Era un local cuadriculado de paredes negras con bordeados dorados, elegante. Su entrada estaba decorada de plantas azuladas, y sobre la gran puerta automática yacía la escultura de una cabeza de tigre tintada en oro falso. A la izquierda, yacía el estacionamiento, con una amplia colección de motos magnéticas.

Una más fue parqueada en su respectivo sitio. Aquella que pertenecía al soularid de nombre de pila JJ-Emy, o Jeremy, como secundado. Quien se hallaba parqueándola ahora mismo, sin embargo, no era él, sino aquel que lo había descabezado hacía tan solo unos pocos minutos. Douglas ya no iba oculto, sus ropajes eran perfectamente visibles, y había guardado en el vehículo el manto negro que usaba para camuflarse.

En el distrito del sol, no era tan necesario ocultar su identidad. Aquí las bandas de moteros mandaban por sobre todo lo demás, y si bien sí le permitían la entrada a los miembros de las organizaciones de limpieza pública, no era común que les dejaran causar estragos. Para eso, primero debían tener una charla formal con el mandamás del sector. Pedirle permiso.

Aún con esas, el androide miró en todas direcciones. Alrededor habían aeromóviles volando y edificios observando. Desde hacía ya un buen rato que tenía esta sensación molesta, como si alguien lo estuviera siguiendo. Pero era difícil descifrar si sus sospechas eran ciertas o simplemente estaba delirando. Por ahora, lo ignoró, sabiendo que no había nada que hacer al respecto más allá de esperar.

Cuando entró, se encontró con un club concurrido cuyo interior tenía forma de estadio. Tres pisos en forma de círculos que se hacían más grandes a medida que más se iba llegando a la punta, y más estrechos mientras más se acercaban al suelo. La barra principal del primer piso era larga y ovalada, estaba repleta con soularids tomando hidratadores, aunque todos se sentaban bien separados los unos de los otros.

OsorisWhere stories live. Discover now