XI

131 8 0
                                    


Hellen


—¿Creen que estuvo bien mandarle el mensaje? —le pregunté a Elina y a Jona. Nos encontrábamos reunidos en el espacio verde del campus, sentados en la misma mesa de cemento de siempre.

     Les conté Elina y a Jona mi estrategia de responder con un cumplido a la foto que Laurent subió a sus historias de Instagram. Debido a mi timidez, no era usual para mí iniciar las conversaciones con chicos, mucho menos elogiarlos, pero, en este caso, un impulso magnético me animó a hacerlo. La cuestión es que no tardó en contestar, y mi corazón se llenó de alegría al ver que también me había halagado en su respuesta. Sin embargo, pasó alrededor de una hora antes de que reuniera el valor para enviarle otro mensaje.

    —Claro que sí —afirmó Jona para darme seguridad—. Yo, si estuviera en tu lugar, no tendría ninguna duda.

    —Es normal que Hellen tengas dudas —dijo Elina, dirigiéndose a Jona—. Yo, si fuera ella, luego de todos los chascos que se ha llevado con muchos idiotas, no volvería a confiar en nadie nunca más.

    —Si lo dices así... —Jona miró a Elina cuando una mueca triste.

    —Oigan —los miré a los dos—, lo único que quiero saber es si estuvo bien o mal que hiciera ese movimiento.

    —Por ahora, se podría decir que no hiciste ni bien ni mal —explicó Elina—. Solo mandaste un mensaje y ya está.

    —Tienes que ir con cautela, nada más —me aconsejó Jona.

    —¿Qué significa «ir con cautela»? —pregunté.

    —Quiere decir es que no te hagas ilusiones tan temprano —me respondió Elina.

    En cada uno de mis fracasos amorosos, el fallo primordial que cometí fue sobrepasarme de ilusiones. Aunque con Laurent intentaba mantener mis expectativas en un nivel bajo, si nuestra conexión se mantenía igual que ahora o se incrementaba aun más, me sería imposible no dejarme llevar por la ilusión. En realidad, salvo que no tuvieras un atisbo de emociones, resultaría inevitable para cualquiera.

    —Todavía  no me ilusiono —dije, tratando de sonar segura.

    Los tres teníamos nuestros celulares sobre la mesa. El mío emitió el sonido de mensaje. Lo tomé para comprobar quién era, deseando en silencio que fuera Laurent. ¡Y sí era él! No pude evitar esbozar una sonrisa luminosa ante la pantalla.

    —¿Es Laurent? —me preguntó Elina, que clavó su mirada en mí—. Esa sonrisita de ilusionada me dice que sí.

    —¡No es una «sonrisita de ilusionada»! —aclaré—. Es la sonrisa que tenemos todos cuando conectamos con alguien, ¿no es así? ¿Acaso a ustedes no les ha pasado?

    —A mí sí —respondió Jona sin pensarlo mucho—. Varias veces.

    —¿Tantas veces te ha pasado? —le preguntó Elina a Jona con incredulidad—. Parece que conectar contigo es tan fácil como enchufar cualquier cable al tomacorriente.

    Jona y yo nos echamos a reír por el comentario de Elina.

    —Tú no te hagas la dura de corazón —le dijo Jona, poniéndose un poco serio—. Las personas como tú, que aparentan que no tener sentimientos, son las que terminan más enamoradas.

    Las palabras de Jona no eran erradas, al menos en lo que respecta a Elina. Dado que él no la conocía desde hace años como yo, desconocía que Elina se había enamorado perdidamente en sus dos relaciones más recientes, lo que la llevó al punto de realizar acciones que nunca se habría imaginado hacer por amor.

    —Si te quedas en silencio, confirmarás que tengo razón —insistió Jona al ver que Elina no decía nada.

    —Todos somos vulnerables cuando nos enamoramos —le dije a Jona, respondiendo por Elina—, sin importar nuestra forma de ser.

    —Sí —asintió Elina—. Hellen tiene razón. La vulnerabilidad del enamoramiento nos atrapa a todos, incluso a mí.

    —A mí me pasó en el último año de instituto, ¿saben? —confesó Jona—. Me enamoré tan fuerte que a dura penas me reconocía. Llegué a actuar con total devoción hacia la otra persona.

    —El amor te hace estúpido —aseguró Elina con firmeza.

    —Puede ser... —admitió Jona—. Pero fui un estúpido muy feliz.

    —Lo dices como si ya tuvieras ochenta años y no fueras a vivir algo así de nuevo en tu vida —le dije a Jona, riéndome.

    —Nadie me asegura que volverá a pasar. —El tono de voz de Jona no sonaba nada optimista.

    —Coincidirás con más personas. —Elina intentó animarlo, dándole un golpecito en el brazo—. No quiero que te pongas a llorar aquí.

    Desde luego, Elina decía de broma lo de que Jona podría llorar, pero, contemplando que era alguien que vivía sus emociones al límite, no era tan descabellado pensar que derramaría alguna lagrima ahora mismo.

    —Coincidir no es lo mismo que conectar —aclaró Jona.

    —¿No es lo mismo? —Elina lo vio con el ceño fruncido—. Juraba que sí.

    —¿En qué se distinguen, entonces? —le pregunté a Jona.

    —Se los voy a explicar de esta manera. —Jona nos miró a ambas—. Coincidir es cuando te gusta un jardín porque sus flores se ajustan a tus gustos; conectar, en cambio, es tan profundo que puedes amar un jardín incluso si está repleto de flores que nunca antes habías visto.

    Elina y yo nos tomamos un instante para asimilar las palabras de Jona. No esperábamos que creara una metáfora de tal profundidad.

    —¿Es posible tener ambas cosas en conjunto? —preguntó Elina—. ¿Coincidir y conectar?

    —Sí se puede —afirmó Jona—, pero no creas que sucede todos los días, ni todas las semanas, ni todos los meses, ni todos los años. De hecho, si te pasa más de una vez en toda tu vida, considera que tienes suerte.

    —¿Ustedes han tenido las dos? —les pregunté.

    —Me duele admitirlo, pero no —respondió Jona.

    —Creo que yo tampoco —agregó Elina.

    —¿Y tú? —me preguntó Jona.

    —Antes de ayer, habría dicho que no —le respondí, pensando en Laurent—. Pero ahora el panorama ha dado un giro para mí.

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora