VII

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Hellen


Yara me informó que la presentación de la banda comenzaría alrededor de las ocho de la noche. Cuando le avisé sobre esto a Elina, me dijo que llegaría a mi apartamento con dos horas de antelación, es decir, a las seis de la tarde. Desde la ventana de mi habitación, observé que aún quedaba un lapso bastante amplio antes de que el sol se pusiera, por lo que tenía margen suficiente para ocuparlo en cualquier otra cosa. De veras, quería aprovechar este tiempo de sobra, previo a tener que alistarme, en hacer algo productivo, pero la tentación de procrastinar fue demasiado fuerte. Al final, cedí a mis impulsos, me recosté en mi único sofá de la sala, tomé mi celular y me puse a ver videos en TikTok.

     De pronto, un golpe en la puerta de mi apartamento interrumpió mi procrastinación. El reloj ya marcaba las siete de la noche. Tiene que ser una broma, pensé. En TikTok, las horas se reducían a minutos y estos a segundos. Me puse de pie para ir a atender y me encontré con Elina, que me saludó moviendo los dedos en el aire.

     —Estás increíble —le dije al contemplar su espléndida vestimenta. Estaba acostumbrada a ver a Elina vestida en colores pasteles, pero esta noche rompió el molde y optó por un vestido azul marino que resaltaba su belleza de manera irreal.

     Elina me agradeció con un gesto digno de una diva, me dio un abrazo y pasó adelante.

     —¿Qué estabas haciendo? —me preguntó Elina mientras se sentaba en el sofá y cruzaba una pierna sobre la otra—. Pensé que estarías alistándote cuando llegara.

     —Me distraje viendo TikToks y se me pasaron las horas en un abrir y cerrar de ojos. —Señalé mi celular en el sofá—. Pero ahora mismo voy a bañarme y a alistarme.

     —Si quieres, te puedo maquillar —me dijo, haciéndome una oferta que no podía rechazar. Elina tenía un talento innato para maquillar. Solo bastaba con ver los que se hacía a sí misma para comprobarlo.

     —¿Piensas que no voy a querer? ¡Claro que quiero que me maquilles! —Me dirigí a mi habitación y, parada frente a mi clóset, buscando qué ropa ponerme, le pregunté a Elina—: ¿Qué crees que debería usar?

     —Ponte un vestido —me respondió ella, que me había seguido a mi habitación.

     —¿Cuál de todos? —Le pedí que se acercara a mi clóset para que me ayudara a elegir—. Debe ser uno que combine con el tuyo.

     —Deberías usar el marrón oscuro —opinó, sacándolo del gancho y pasándomelo—. Combinará muy bien con mi vestido.

     —Listo —le dije, y puse el vestido en la cama—. Me ducho y vuelvo en un dos por tres, ¿sí?

     —Está bien —asintió Elina, dirigiéndose a mi tocador en busca de maquillaje—. Me iré preparando para maquillarte.

     Por lo regular, me la pasaba un buen rato en la ducha. Era el momento en que alcanzaba el pico de relajación y podía pensar con mayor claridad sobre cualquier tema. Sin embargo, esta vez me veía forzada a ducharme lo más rápido posible. O sea que, si en circunstancias normales me tardaba veinte minutos, ahora debía acortar ese tiempo a una cuarta parte.

     Pensé que, al salir del baño, Elina seguiría en mi tocador, lista para empezar a maquillarme, pero su hiperactividad la mantenía en constante movimiento, sin quedarse quieta en un solo lado.

     —¡Estoy en la cocina! —me gritó al notar que había salido del baño—. Recordé que siempre guardas refrescos en tu refrigerador y se me antojó una.

     —¡Tráeme una Fanta de uva! —le pedí, y tomé el vestido de la cama para ponérmelo.

     En un instante, Elina volvió a mi habitación y me entregó la Fanta de uva. Como de costumbre, ella había elegido la de sabor naranja.

     —Nunca entenderé cómo prefieres la Fanta de uva por encima de la de naranja —me dijo, frunciendo el ceño en desacuerdo.

     —Son gustos.

     —Tus preferencias en bebidas son como tus gustos en chicos, por lo que veo.

     —¡Oye! —La miré con un enojo fingido—. ¿Por qué tan hiriente?

     —Solo bromeo. —Se rio, dándole un sorbo a su Fanta.

     —Quizá tengas razón. —Suspiré con gran fuerza.

     —¡No! ¡No! ¡No! —Elina parecía arrepentida de lo que había dicho—. Yo creo que eres demasiado buena y le das oportunidades a personas que no te merecen.

     Razón no le faltaba a Elina. En muchas ocasiones, había sido demasiado compasiva con algunos chicos, permitiéndoles comportamientos inaceptables sin establecer límites.

     —¿Y quiénes me merecen entonces?

     —¿Tal vez un chico sacado de los libros románticos que lees?

     —Esos no existen en la vida real —afirmé, pensando en mis amores platónicos literarios.

     —Alguno existirá —aseguró ella—. Y tarde o temprano tiene que llegar a tu vida.

     —Eso espero. —Traté de sonar optimista, aunque la esperanza se desvaneció cuando agregué—: Pero, con la suerte que me cargo en el amor, lo único que anticipo es otro giro negativo en mi trama amorosa.

     —¡No! ¡No! ¡No! —A Elina le gustaba repetir el «no» tres veces cuando estaba en desacuerdo con algo—. Ya has tenido suficiente desarrollo de personaje en estos últimos meses.

     —¿Sabes?, en lugar de hablar de mis recuerdos de Vietnam, mejor empieza a maquillarme. —Me senté frente a mi tocador, donde Elina tenía preparado todos los productos de maquillaje—. El tiempo apremia.

     —Solo una cosa más —me dijo ella—. ¿Por qué compras Fantas de naranja si tus favoritas son las de uva?

     —Es bueno tener variedad de sabores, por si alguien viene a visitarme y tiene tus gustos.

     —Pensé que dirías «las compro por ti». —Su papel de resentida me causó gracia.

     —Está bien, las compro por ti. —Me reí.

     Yo no le indicaba a Elina cómo quería el maquillaje, ya que tenía plena confianza en su talento y le daba total libertad creativa. Para resumir su trabajo, comenzó hidratando mi piel con crema, aplicó la basé y corrigió imperfecciones. Realzó mis ojos con sombras marrones y delineador café, resaltó mis pecas con un lápiz de cejas y añadió rubor para dar color a mis mejillas. Por último, me puso un labial marrón oscuro con un toque de brillo. El resultado, como era de esperar, me dejó encantada.

     —¿Te gustó? —me preguntó Elina al ver que solo me veía en el espejo sin decir nada.

     —¡Me encantó! —le respondí con una sonrisa, viendo su reflejo en el espejo—. Tú nunca decepcionas.

     —Menos mal. —Se puso la mano en el pecho en señal de alivio.

     Me terminé de alistar y tomamos rumbo hacia el club. Debido a que estaba a la vuelta de la esquina, aunque camináramos, llegaríamos en cinco minutos, como máximo.

     Mientras íbamos de camino, una pareja se acercó a nosotras y nos preguntó dónde podían encontrar la pizzería más cercana. No aparentaban superar los diecisiete años, pero emanaban un intenso enamoramiento el uno por el otro. Les dimos la dirección con precisión y siguieron su recorrido con una certeza clara de su destino.

     —Me surgió una duda —me dijo Elina—. ¿Tú tuviste un romance adolescente como el de ellos?

     —¿Romance adolescente? —le respondí, como extrañada—. Me tocó leerlos en vez de vivirlos. 

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