II

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Laurent


Salir de un bloqueo emocional no era nada sencillo cuando te acostumbrabas a convivir con él. En ciertos aspectos, me brindaba muchas comodidades, tales como sentir control, no extrañar a nadie y, en concreto, evitar la intensidad de mis emociones, que tanto me habían hecho sufrir en el último tiempo. Sin embargo, por regla general, las ventajas venían acompañadas de desventajas. En este caso, mi problema radicaba en que mi apego evitativo, el cual arrastraba desde la infancia sin conocer el motivo exacto, se había agravado en todas mis relaciones interpersonales, sobre todo en aquellas donde podría existir algún vínculo amoroso.

     La causa principal de mi bloqueo emocional fue la ruptura de mi última relación. Mantuve un proceso de duelo que se prolongó casi un año, un lapso que podría parecer extenso, pero, en lo que a mí respecta, mi dolor persistió hasta este límite porque estuve atrapado en la etapa de la negación durante cinco meses. No me cabía en la cabeza que todo había terminado y que las cosas no volverían a ser como antes. Sin exagerar, ni siquiera mis peores pesadillas se comparaban a la aflicción que la realidad me había impuesto.

     Recuerdo que, de un día para otro, mientras atravesaba la última etapa del duelo, experimenté un cambio en el flujo de mis emociones. De repente, estas se volvieron serenas, o, en otras palabras, perdieron la intensidad que las caracterizaba. Sentí un alivio parecido al que experimentaba un soldado al concluir la guerra. Fue entonces cuando me di cuenta de que se trataba de un bloqueo emocional, recordando que había vivido uno igual hace un par de años, poco después de haber tenido uno de los peores cuadros depresivos de mi vida.

     Aunque debo decir que mi sufrimiento habría sido peor de no ser por mi saxofón. Mi gran pasión por este instrumento me ayudó a distraerme de toda la pena emocional. Inclusive, estando sumido en la tristeza, pude crear uno de los mejores solos de mi carrera como saxofonista hasta la fecha. Desde luego, resulta curioso que el punto más alto de mi expresión artística surgía cuando estaba desolado. Era verdad que el mejor arte nacía de aquellos que estaban rotos por la vida.

     Mi amor por la música era tan profundo que preferí ingresar a un conservatorio en lugar de ir a la universidad. En un principio, mi mamá no estaba a favor de mi decisión. Su argumento más fuerte era el típico de muchos: «Elegir una carrera artística equivalía a morirse de hambre». En cierta medida, entendía su deseo de asegurarme un buen futuro, pero, al ver que sus palabras no me harían cambiar de opinión, cedió ante su inseguridad y se unió a mi viaje por este camino.

     Pese a ese pequeño conflicto que tuve con ella hace dos años, reconocía que mi mamá era la única persona que me brindaba su apoyo incondicional. Mi papá estaba presente en mi vida solo de manera esporádica, puesto que vivía fuera de la ciudad con su otra familia; no obstante, como mínimo, aportaba con mis gastos económicos para el conservatorio. Diría que su ausencia en la casa se notaba, pero él nunca vivió con nosotros, así que no podía extrañar a alguien con quien no compartí una cercanía.

     Por cierto, mi horario en el conservatorio era vespertino. Cuando me percaté de que tenía la opción de ir por las tardes, no dudé en elegirla. Yo era una persona nocturna que odiaba levantarse temprano. Mi hora de dormir estaba fijada, por lo menos, a las tres de la mañana. Además, a esas horas de la noche, sentía que mi creatividad con el saxofón aumentaba el doble.

     Hoy, al llegar al conservatorio, me topé con Charles, un talentoso baterista de mi misma edad, veinte años. Era reconocido como uno de los mejores músicos de la institución. Tuve la oportunidad de verlo en acción en varias presentaciones y su nivel con la batería no tenía precedentes. Hace unos meses, estuvimos juntos en unas clases teóricas, donde hablamos de muchas cosas, más que todo de nuestras bandas favoritas. Y me sorprendió lo mucho que coincidimos en gustos musicales.

     De cualquier manera, bajo el argumento de que tenía un buen tiempo de no verlo, afirmar que éramos «amigos» no era lo más acertado. Pero, siendo honesto, me arrepentía de no haber formalizado nuestra amistad, pues él, al ser una persona con tanto conocimiento de la música, habría tenido mucho que enseñarme.

     —¡Hey, Laurent! —me saludó Charles, acercándose a mí. Y, en un claro tono de broma, agregó—: La última vez que nos vimos fue en el siglo pasado, ¿verdad?

     —No, fue en el año diez antes de cristo —le respondí, siguiéndole la broma.

     Él se rio.

     —¿Cómo va todo? —me preguntó, poniendo un palillo de dientes en su boca—. ¿Ya creaste el mejor solo de saxofón del mundo?

     —No sé si tengo el talento de crear el mejor solo de esta ciudad siquiera.

     —¿En serio dudas de tu talento? He visto los videos que subes a Instagram. Y te aseguro que no conozco a nadie que toque el saxofón como tú.

     Cuando la inspiración fluía y el tiempo estaba de mi parte, subía videos a Instagram tocando el saxofón. Comencé a subir este contenido como una forma de vencer mi miedo a mostrarme ante los demás. A fin de cuentas, me llevé la agradable sorpresa de ver cómo muchas de mis interpretaciones alcanzaron un gran número de reproducciones y me gusta.

     —Digo lo mismo de ti. Tu forma de tocar la batería es sobrenatural.

     —¿Sabes?, me ofrecieron unirme a una banda de Chicago. Están en busca de un baterista y yo encajo con el perfil.

     —¿En serio? Eso suena jodidamente genial.

     —Es una de las bandas más reconocidas por allá y no me pagarían nada mal —prosiguió él—. Hablé con mi familia de la oferta y todos me animaron a aceptarla. Mi papá incluso me dijo que podría ser la oportunidad de mi vida.

     —Es algo arriesgado —le dije, dando mi más sincera opinión—, pero es mejor intentarlo a quedarte con la duda.

     —Ayer pensé lo mismo que acabas de decir tú, y por eso aceptaré la oferta. A partir de hoy, no me volverás a ver por aquí, a menos que las cosas no salgan como espero y tenga que regresarme.

     —No digas eso. Estoy seguro de que te irá bien.

     Mientras me agradecía por mis deseos, miró la hora en su reloj de mano y mencionó que necesitaba irse a su casa para preparar su equipaje. Partiría a Chicago mañana temprano. Antes de que saliera por la puerta principal del conservatorio, selló la despedida con un firme apretón de manos y me dijo:

     —Creo que deberías seguir mis pasos. Búscate una banda tú también.

     ¿Yo unirme a una banda? Hace tiempo, cuando aún estaba con mi expareja, lo pensé, pero nunca me lo planteé en serio. En cualquier caso, mentiría si dijera que no quería tocar solos de saxofón al ritmo de muchas canciones. 

Apegados ©Where stories live. Discover now