cinco

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Los sábados noche eran una auténtica pesadilla para Madeleine.

El piso en sí se convertía en una especie de campo de batalla, pero la mente de Maddie también. Ella concebía su lucha interior como una especie de torneo medieval, donde el jovencísimo caballero de la ansiedad cabalgaba para derrotar al único e inigualable duque de la razón, quien reinaba la mayor parte del tiempo en la cabeza de Madeleine. 

Siempre se debatía entre el miedo a perderse eventos sociales y el querer evitar situaciones incómodas. Además, se había convencido durante varios años de que prefería otro tipo de ocio, como ver películas o leer thrillers con Tofu a sus pies.

Aquella lucha la carcomía por dentro, y quizá por eso estuvo algo ausente durante la improvisada cena que sus compañeros de piso habían organizado: Maddie comió un par de trozos de pizza en silencio, con Sylvia danzando alrededor de la mesa del salón que compartían, con Grace entrando y saliendo de su habitación con nuevos modelitos y con Matt bebiendo vino barato como si no hubiera un mañana. 

Madeleine comenzó a volver a la Tierra gracias al atosigante aroma a vainilla que inundaba la sala. Era un olor que relacionaba con los sábados noche; Sylvia y Grace siempre utilizaban un perfume demasiado dulce para salir de fiesta, como si fuera la única forma de enmascarar el olor a sudor, alcohol y tabaco que siempre había en las discotecas. Terminó de aterrizar cuando sintió el roce de algo sobre su mano. 

—A ver, —Sylvia había dejado un papel sobre su mano y había repartido bolígrafos rojos por la mesa. —vamos a manifestar una buena noche. 

La de gafas solo pudo enarcar las cejas. —¿Qué?

Echó un vistazo a sus otros dos compañeros; parecían saber de qué hablaba Sylvia y, sobre todo, parecían preparados para hacer lo que aparentemente les había propuesto. La susodicha agarró unos de los bolígrafos y señaló el papel en blanco. 

—Tenemos que escribir nuestro deseo para la noche once veces, luego...

Madeleine se perdió en la explicación. O simplemente decidió no hacer mucho caso. Ella no creía en esas cosas de la manifestación: no eran más que profecías autocumplidas, y trató de explicárselo varias veces a sus compañeros de piso. El humo del incienso solo les irritaba la garganta; los botes llenos de agua, miel y monedas de la cocina ocupaban espacio; y los papeles que se encontraba entre las plantas con nombres y apellidos no eran más que pequeños rituales para perder el tiempo... pero había decidido callar. Sentía que sus esfuerzos por divulgar la ciencia no merecían la pena fuera de la academia, así que se dejó llevar por la corriente. Echó un vistazo a lo que escribían sus amigos y se puso manos a la obra. 

—¿Tiene que ser un deseo específico o puede ser algo general? —preguntó al aire mientras jugueteaba con el bolígrafo. 

—A ver, cuanto más específico, mejor. —respondió Matt. Maddie se fijó en que su polo de piqué negro brillaba bajo la luz de las lámparas. Una elección estilística muy adecuada para alguien como él. —No sirve decir que quieres la paz mundial.

—¿Tú que has puesto...?

—¡No! —exclamó Sylvia—¡Si lo dices, la manifestación no sirve! ¡Alguien puede manifestar algo malo para ti, y se chafa toda la historia! Tú tienes que visualizar un momento tu verdadero deseo y escribirlo mientras lo visualizas. ¡Es fácil!

Igualmente, Maddie miró de reojo lo que escribía Matt. Era simple, llano y sencillo: encontrar un chico. Miró hacia el otro lado de la mesa. Grace había puesto algo parecido y ya había llenado la hoja con once frases idénticas. Así que, sin mucha dilación, intentó visualizar algo.

Y lo primero que le vino a la mente fue la sonrisa con hoyuelos de Will. 

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No room for chanceWhere stories live. Discover now