prólogo

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De: valerie.berkowitz@harvard.edu

Para: madeleinefitzgerald@stu.harvard.edu

Asunto: BORRADOR TESIS

         Hola, Madeleine. Acabo de leer el borrador de tu tesis y creo que va por muy buen camino. Es innovadora y actual. Me gusta la idea de los cuestionarios, aunque tendrás que conseguir una buena muestra para que los resultados sean fiables. Si necesitas ayuda con eso, no te preocupes; yo te echo una mano. Puede que algunos de mis contactos puedan difundir los cuestionarios. 

        Vamos bien de tiempo para corregir lo que haga falta. Tampoco te olvides de seguir bien las normas APA.

¡Un saludo y suerte con el resto de la tesis! Estoy a tu disposición,

Valerie R. Berkowitz

Departamento de Psicología Clínica

El sol se había escondido ya entre los árboles y las nubes amenazaban con no dejar salir a la luna. Madeleine suspiró con algo de alivio al ver que su tutora no había puesto pegas a su último trabajo, la tesis que debía defender para graduarse, y-

—¡Tofu! —gritó. Su voz se rasgó en la última sílaba por culpa de su perro, un gran Golden retriever de color canela, que había comenzado a perseguir algo que su dueña ni siquiera podía ver. —¡Tofu, ven!

Madeleine, para evitar caer al suelo de la forma más dolorosa posible, tuvo que soltar la correa de su perro. Tofu la arrastraba por todo el césped del parque, corriendo a una velocidad que, ni en sueños, su dueña iba a poder alcanzar. Ella volvió a gritar el nombre del can, desesperada y enfadada a partes iguales, y decidió echar a correr tras él. Se dio cuenta de que su destino era el pabellón del campus, de donde procedían fuertes golpes a un balón -que casi sonaban como disparos de cañón- y el chirrido de la suela de varias zapatillas deslizándose por el suelo. Tofu seguramente había escuchado los sonidos, se encendió en su cerebro el circuito ''balón-juego'' y salió corriendo en aquella dirección. El perro se coló por una de las puertas laterales, que estaba entreabierta.

Casi sin aliento, bajo la mirada inquisitiva de los transeúntes, Madeline consiguió llegar de forma dramática al pabellón. Los golpes habían cesado y se escuchaban varias voces masculinas, a cada cual más grave.

—¡Tofu! 

El perro de pelaje largo y brillante había conseguido un balón y esquivaba con gracia a quienes intentaban atraparle. Uno, dos, siete... doce universitarios corriendo detrás de un Golden que, de forma inexplicable, había conseguido bajar las gradas y saltar a la pista. Madeleine tardó unos instantes en analizar la situación.

La verdad es que no tenía ganas de enfrentarse a doce tipos sudados, alguno sin camiseta y luciendo abdominales, con pinta de pertenecer a una fraternidad sectaria y superando todos el metro ochenta. Bastante bochornoso era ya que tu perro se escapara corriendo porque había visto un balón a más de cien metros de distancia. 

Aun así, Madeleine se armó de valor y bajó corriendo las escaleras de las gradas. Se quedó al borde y saltó el desnivel de un metro, cayendo sobre el tacón de sus zapatos y sorprendiendo a los chicos que estaban en la pista. 

—¡Tofu, ven! Dios, lo siento. —se disculpó, sin siquiera mirar a alguno de los jóvenes a la cara. Con rapidez y los tobillos algo doloridos, buscó en su bolso negro una vieja y baboseada pelota de tenis. —¡Tofu, mira! 

Madeleine se sentía el payaso de un circo. Algunos de los chicos parecían molestos, otros simplemente reían. Luego, esperó que no le cayera algún tipo de multa absurda por dejar que su perro entrara en un sitio donde claramente estaban prohibidos los perros. Al menos, Tofu se dio cuenta de que su dueña estaba ahí, sujetando su pelota favorita, así que lanzó el balón de vóley y lo intercambió por la desgastada pelota amarilla. Madeleine pudo, por fin, volver a poner la correa a su perro. 

—Lo siento, de verdad. —repitió, sintiéndose más tranquila al tener el lomo de Tofu pegado a su pierna. Asió la correa con fuerza por si volvía a escaparse. —Estaba distraída mirando mi correo y ha salido corriendo... Perdón, perdón.

—Ah, no te preocupes. Tienes un perro adorable. 

Era, evidentemente, una voz masculina, pero el tono le sorprendió: acaramelado a la par que divertido. Madeleine alzó su vista almendrada y se topó con una sonrisa simpática y unos hoyuelos inesperados. 

Con una camiseta negra de deporte, el pelo del mismo color y algo húmedo por el sudor, cejas pobladas y mirada amable, un chico que apenas superaría medio decalustro se alzaba ante ella. Tenía los brazos en jarras. Y realmente parecía tener cierto cariño a Tofu a pesar de haberse colado en su entrenamiento.

Madeleine le devolvió una sonrisa algo forzada. —Gracias. 

Y él volvió a sonreír. —Es la verdad. ¿Cuántos años tiene...?

—Will. —un compañero con cara de pocos amigos golpeó el hombro del tal Will, el chico de pelo negro y revuelto. —Vamos.

—Bueno, ahora que ya has recuperado a tu perro, nosotros volvemos a lo nuestro. Puedes salir por los vestuarios.

Madeleine asintió. Muerta de la vergüenza, pidió perdón de nuevo, fingió una nueva sonrisa y se marchó mientras regañaba a Tofu entre dientes.

Se giró una última vez para comprobar que todo estaba en orden, y volvió a toparse con la mirada oscura de aquel chico. 

Will

Lo más probable es que Madeleine jamás olvidara su nombre. Y tampoco su sonrisa.

Se habían topado por casualidad.

Pero ambos sabían que, tras aquel día, ninguno de sus encuentros estaría en manos del azar.

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no room for chance - septiembre 2023


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