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Madeleine sabía que las rutinas eran una pieza clave en la vida de muchas personas. Sin embargo, en la suya, nunca habían jugado un papel importante. Era una de esas personas que fluían, que perdían la noción del tiempo y luego llegaban tarde por haberse sumido demasiado en una tarea. 

Por eso, cuando Tofu, que la observaba desde la puerta de la habitación, ladró con un volumen que perfectamente podría despertar a todo Cambridge, brincó y soltó:

—¡Joder! 

El Golden era un perro paciente, pero Maddie era capaz de sacarle de quicio.  Su dueña llevaba horas encorvada sobre el escritorio de su habitación, leyendo y tecleando en su ordenador como lo haría un maniaco... ignorando por completo la hora del paseo. Tofu enseñó sus relucientes colmillos blancos en lo que era un equivalente a una sonrisa perruna. Parecía haberle hecho gracia que Maddie se sobresaltara de aquella manera. Volvió a ladrar, demandante.

—Vale, vale. Nos vamos. Lo siento. —se disculpó ella mientras se guardaba tras las orejas unos mechones de pelo. Cerró su ordenador portátil sin apagarlo, dejó todos los papeles y bolígrafos extendidos por su escritorio y agarró la correa del perro con rapidez. Tofu comenzó a mover la cola de lado a lado y a mover las patas delanteras con emoción.

No había nadie en el apartamento, pero igualmente gritó un ''ahora volvemos'' mientras unía la correa al collar azul de su perro. Juntos, después de que Maddie se calzara, salieron a pasear por los jardines del campus.

Puede que los paseos con Tofu fueran su única rutina, y una de las pocas cosas que realmente le hacían desconectar. Llevaba meses intentando escribir una tesis a la altura de sus calificaciones; una tesis brillante, novedosa, un texto que consiguiera cambiar el paradigma. Su tutora solo tenía buenas palabras para ella, pero por mucho que le repitiera que todo estaba bien, que tenía tiempo de sobra para poner el broche de oro a su carrera, Madeleine quería ser más ambiciosa. Llegar más lejos. La búsqueda de la perfección era algo tan innato para ella que no podía evitarlo, ni siquiera a pesar de que le quemara por dentro el sentimiento de nunca sentirse suficiente-

—¡Cuidado!

Fue lo único que escuchó antes de que un fuerte golpe en los alto de su cabeza tirara sus gafas de montura gruesa al suelo. La vista se le nubló, los oídos le pitaron como si hubiera explotado algo cerca de ella y se tambaleó. Maddie se llevó una mano a la cabeza, que le latía con fuerza, y estiró el brazo contrario intentando buscar apoyo en algún lado. 

No podía ver nada más que formas borrosas y colores apagados. Tampoco oía gran cosa, simplemente un murmullo lejano que parecía algo angustiado. Notó cómo alguien o algo la sujetaba por el antebrazo mientras, poco a poco, su cuerpo iba descendiendo al suelo. La confusión inicial fue dejando paso a un dolor latente en un lateral de su cabeza. El murmullo se volvió más nítido y pudo escuchar un par de voces masculinas. Le estaban preguntando algo. Maddie pestañeó un par de veces y dijo:

—Tofu. 

Lo importante era su perro. Ella acababa de recibir un golpe rápido y doloroso como un disparo, pero necesitaba saber dónde estaba Tofu. Tenía cierta tendencia a echar a correr en cuanto Maddie soltaba la correa, así que su dueña temía que se hubiera escapado.

—Está aquí. —respondió una de las voces con cierto sosiego. Irradiaba calma y nerviosismo a partes iguales. 

Sin gafas no podía ver nada, aunque comenzaba a sospechar que el golpe había afectado a su vista. Dos figuras masculinas la rodeaban; era lo único que podía distinguir. Sintió el tacto rugoso de la correa de Tofu en su mano, como si alguien la hubiera colocado ahí para tranquilizarla. Funcionó. 

No room for chanceWhere stories live. Discover now