cuatro

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En teoría, Will no había invitado a Madeleine a ningún café, pero sí era cierto que ella no había pagado por su enorme y ardiente café americano con doble shot de espresso. Resultó que Will tenía un vale por una bebida gratis y, aunque técnicamente invitaba la casa, Maddie se lo tomó como la acción más romántica que un hombre jamás había hecho por ella.

Quizá se estaba adelantando un poco.

Will recibió su bebida cargada de hielo y dejó que Maddie tomara asiento en una especie de butaca. Ella le observó mientras se dejaba caer en una silla que tenía al otro lado de la mesa, con naturalidad y casi desparpajo, con una sonrisa ladeada que rozaba lo burlón, pero que resultaba encantadora. 

—Mmh, así que no eres una chica de té, ¿eh? —fue lo primero que dijo Will—Te pega beber earl grey; es la mezcla perfecta entre lo potente del té negro y lo perfumado de la bergamota...

Madeleine se limitó a alzar las cejas. Sofocó una carcajada suave. —No hace falta que me impresiones. 

Se arrepintió de decir aquello al instante. Sonó cortante, quizá algo hiriente, muy distinta a lo que había planeado. Supuso que en su naturaleza no se encontraba el ser simpática y agradable como Grace o extrovertida como Sylvia; Madeleine estaba destinada a ser aquella bibliotecaria seca que leía erótica mediocre. Lo tenía claro. Will haría una mueca, bufaría algo y se iría. Como todos.

Pero, inesperadamente, Will ensanchó su sonrisa y asintió mientras daba un sorbo a su café. 

—Eso es que ya lo he hecho bien, ¿no?

Maddie no supo qué decir. Se encogió de hombros como única respuesta y se escondió detrás de su vaso, algo avergonzada. Sentía la mirada oscura de Will sobre ella, clavada en su cuerpo como si fueran dos puñales... en el buen sentido. Era como si generara curiosidad en él, como si fuera algo que jamás había visto y que debía conocer. 

Y en parte, así era. William se preguntaba qué hacía aquella joven de melena castaña frente a él.

Y qué había hecho para merecerse semejante oportunidad.

—¿Cuánto dinero te gastas en Starbucks para que te den vales por bebidas gratis? —preguntó Madeleine después de aclararse la garganta. 

—Nada, unos dos mil dólares al mes. 

—Vaya, pues sí que te ha dado de sí la beca deportiva.

Will se rio. —¿Verdad? El secreto está en saber aprovechar lo que te da la universidad.

—¿Disgustos? ¿Traumas?

Y volvió a reírse. Madeleine jamás pensó ser una chica tan divertida como para hacer reír a un hombre atractivo dos veces seguidas. —No, me refería a los servicios: a la cafetería, la biblioteca, todo eso. Yo iba a la cafetería del MIT en hora punta, me metía un par de sándwiches en la mochila y-

—¿Robabas sándwiches de la cafetería?

—Yo lo veo como algo revolucionario. —se defendió el pelinegro.

—¿Se los dabas a los pobres, como Robin Hood?

—Me los comía.

—Entonces no es revolucionario. Es robar.

—Joder, Maddie. Qué difícil es hablar contigo. —se cruzó de brazos y giró la cara fingiendo estar ofendido. —¿Tú no te llevarías una taza de Starbucks solo por joder a esta gran corporación que explota a sus trabajadores?

—No cuando me estoy tomando un café que esos trabajadores me han servido.

Will abrió la boca para replicar, pero, en cambio, volvió a reírse y a curvar sus labios en una de sus características sonrisas. —Vale, touché. Supongo que soy un ladrón y un virgen. 

No room for chanceWhere stories live. Discover now