—¿Y si vuelves a la habitación?

Felix apareció desde detrás de los asientos y asomó la cabeza entre los dos. Fue tal el susto que Minho dio un pequeño brinco y Changbin gritó.

—¿Se puede saber por qué has tardado tanto?

No había enfado en su voz, sino preocupación. Por lo que Changbin pudo entender, Felix explicó que el baño del edificio principal tenía una puerta que no cerraba bien y había sido bastante incómodo estar ahí aguantando con una mano y usando la otra para ciertos asuntos que se hacen en el baño.

—Te juro que creo que noté a alguien tirando pero quizá fui yo manteniendo el equilibrio.

—¿Aún sigues borracho?

Changbin le agarró de la barbilla con la mano y le estrujó los mofletes para darle un beso. Ahí fue cuando Minho notó que sobraba.

—Buenas noches.

Partió de nuevo hacia la cabaña. Quería creer que Changbin tenía razón y estaría allí, esperándole en la calidez de la habitación.

Alejarse de la estufa fue una pena. Aligeró el pasó todo lo que pudo hasta llegar a la cabaña sin pensar demasiado. Contaba todos los arbustos con flores que veía en el camino para evitar darle vueltas a la cabeza y frenó en seco cuando vio la luz colarse por la cortina que había cerrado.

Diecisiete. Eran diecisiete con flores blancas y solo uno las tenía amarillas.

Inspiró profundo con la mano en el pomo y lo giró. Una bocanada de aire caliente le golpeó la cara y le hizo recordar que allí fuera era invierno.

Se mofó de sí mismo al darse cuenta de que esperaba alguna clase de bienvenida que nunca ocurrió. Jisung estaba sentado en la cama mirando su teléfono con el pijama y los pies descalzos. Minho también había usado las pantuflas fuera y las dejó junto a las de él. Llenas de tierra y pequeñas hojas pegadas.

Con verle ahí era más que suficiente. No pretendía solucionar nada después del agotamiento físico y mental que llevaban los dos encima.

Se acercó al armario y sacó una manta. Dormiría en el sofá esa noche. Agradecía que las cabañas estuviesen bien equipadas y pudieran ahorrarse la incomodidad de compartir cama. Se estiró y se tapó con el objetivo de intentar dormirse cuanto antes y que la mañana llegase rápido.

No pasaba. El tiempo no pasaba.

Miraba el techo con los brazos cruzados sobre el pecho e intentaba no mirarle a él. Escuchaba como Jisung se colaba bajo las sábanas y apagaba la luz. Cómo se giraba y respiraba pausadamente.

Al menos no lloraba. Odiaba hacerle llorar. Preferiría verle enfadado y que le gritase a volver a verle gimotear. Esa impotencia era demasiado difícil de gestionar. Bueno, todo estaba siendo difícil.

Al rato, apartó la manta para levantarse. Esta vez, no olvidó agarrar el abrigo y se puso las pantuflas de nuevo. Qué importaba un poco más de suciedad. Sin encender la luz, salió a la fría oscuridad, otra vez.

Todo estaba mucho más silencioso que un rato antes. Las luces de la zona de barbacoa parecían apagadas y el edificio principal tenía un ambiente tenue que no invitaba a entrar. Lucía como un edificio abandonado. El mundo dormía.

Minho entró y fue directo a la máquina de bebidas. Buscó entre los bolsillos y sacó monedas para una lata de chocolate caliente. No era demasiado, pero le ayudaría a relajarse.

Sin recepcionista y medio a oscuras, parecía un espacio liminal. Un lugar dentro de su propia cabeza al que alguien le había enviado para aclararse las ideas.

Se sentó en el suelo apoyando la espalda en la mesa de recepción. El cristal enorme de la puerta estaba empañado por el frío y se deslizaban multitud de gotas diminutas.

Dio el primer trago y su alma se calentó.

—La vida es un caos, una mierda, terrible, horrorosa, una aberración de la naturaleza pero...

La imagen de Jisung le venía a la cabeza. Lo imaginaba al cantar en la academia, al comer cosas ricas que le gustaban, al encontrarse por los pasillos y dedicarse unas sonrisas, al hablar con sus amigos de toda la vida, al explicar anécdotas... Y entonces, la vida valía un poco más la pena.

Conocía pocas personas que de verdad podría jurar que no albergaban maldad y él era una de ellas. Estar a su lado era agradable, sus brazos eran mullidos y sus mejillas suaves. El pelo le crecía rápido y le gustaba acariciarlo para notarlo. Hablar con él era divertido. A Jisung le costaba sentirse cómodo pero en cuanto empezaba a relajarse era muy extrovertido, cada día era como conocerle por primera vez. Además, era un cerebrito. Tenía compañeros de ingeniería mucho más estúpidos que él. No solo tenía facilidad para los números sino que parecía esconder una pequeña biblioteca de Alejandría en su cabeza. Su mundo interior era enorme y era muy triste que poca gente pudiera apreciarlo. Estaba completamente seguro que si Jisung fuese una persona con más confianza, podría comerse el mundo.

Dio el último trago.

Esperaba que la terapia le ayudase con sus miedos. Al final, Minho se dio cuenta de que todo lo que hacía Jisung que desencadenaba problemas era producto de su inseguridad y él no podía hacer nada para evitarlo. Minho tenía que aceptarlo así, tal como era, pues no estaba en su mano cambiarlo.

De vuelta en la cabaña con las cosas un poco más claras, dejó el abrigo en el sofá y se descalzó. Levantó las sábanas con cuidado y se coló bajo ellas hasta deslizarse junto a Jisung. Buscó su espalda a oscuras y la acarició con la palma. Daba igual lo que su mente pensase al enfadarse, no era cierto. Rodeó su cintura y apretó el pecho contra él. Sabía que estaba despierto, su respiración era mucho más lenta al dormir. Besó su cuello. Agradeció su calor. Tenía las manos heladas y mentalmente se disputó pero no iba a soltarle.

Para su sorpresa, Jisung puso las manos sobre las suyas y frotó con ternura.

—Gracias por volver. 

My pace - MinsungWhere stories live. Discover now