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Cuando Jason abrió los ojos, no pudo evitar formar una sonrisa al encontrarse con el rostro tranquilo de Charlie, dormida y apoyada contra su pecho. Los rayos del sol se filtraban a través de la ventana, iluminando sus rostros en un resplandor suave. Los mechones despeinados de su cabello parecían dorados bañados por la luz matutina, y la fina frazada del colchón se veía casi etérea bajo su tacto.
La admiró en silencio, dejando que sus yemas de los dedos se deslizaran suavemente por las hebras sedosas de su cabello. Cada caricia le permitía apreciar la textura delicada y reconfortante de aquellos hilos en sus dedos raspados.
Jason casi no creía que Charlie estaba durmiendo con calma. En todos los momentos que ella enfermó, culpa de su baja resistencia a sus ambiente poco saludable, había pasado largas noches sin pegar el ojo.
Pero que ella esté durmiendo en calma era la única cosa que a Jason le importó en ese momento. Era por esto que él seguía viviendo.
Era perfecto. Un oasis de comodidad y tranquilidad en medio de la desolación que les rodeaba afuera de aquel pequeño y humilde apartamento en el peor distrito de Ciudad Gótica, donde cada noche un villano amenazaba las vidas desde las sombras.
¿Es esto lo que la gente llama un lugar seguro? No lo sabía, tenía miedo de dejarse caer y aceptar la debilidad a brazos abiertos.
Con los dedos aún enredados en el cabellos de Charlie, giró la cabeza para observar la sala que los rodeaba. Aunque incierto de la hora exacta, la luz que se colaba por la ventana de viejas cortinas y los colores vivos del cielo que comenzaban a llenar la estancia indicaban que era temprano en la mañana.
Inhaló profundamente, separándose lentamente de ella con sumo cuidado, consciente de no perturbar su sueño al alejarla de él. Charlie estaba enferma y necesitaba descansar, él no permitiría que sufriera daño alguno nunca más, al menos mientras aún pudiera caminar y respirar.
Sin embargo, resultó ser una tarea casi imposible para el adolescente. Las manos pálidas de Charlie se aferraban a la tela de su camisa, incluso en su estado de sueño. Incluso sus labios emitieron un balbuceo, negándose a dejar ir a su amigo aunque no estuviera sabiendo lo que ocurría.
