—Puede que tengas razón. Puede que envíe una señal. Es la única manera de saberlo seguro: tu padre tiene que enviarte una señal reclamándote como hija. A veces ocurre.

—¿Quieres decir que a veces no?

Annabeth recorrió la barandilla con la mano.

—Los dioses están ocupados. Tienen un montón de hijos y no siempre… Bueno, a veces no les
importamos, nerea. Nos ignoran

Los dioses se tensaron, ellos no eran tan malos padres ¿verdad?

Pensé en algunos chicos que había visto en la cabaña de Hermes, adolescentes que parecían
enfurruñados y deprimidos, como a la espera de una llamada que jamás llegaría. Había conocido chicos así en la academia Yancy, enviados a internados por padres ricos que no tenían tiempo para ellos. Pero los dioses deberían comportarse mejor, ¿no?

—Así que estoy atrapada aquí, ¿verdad? —dije—. ¿Para el resto de mi vida?

—Depende. Algunos campistas se quedan sólo durante el verano. Si eres hija de Afrodita o Deméter,
probablemente no seas una fuerza realmente poderosa. Los monstruos podrían ignorarte, y en ese caso te las arreglarías con unos meses de entrenamiento estival y vivirías en el mundo mortal el resto del año. Pero para algunos de nosotros es demasiado peligroso marcharse. Somos anuales. En el mundo mortal atraemos monstruos; nos presienten, se acercan para desafiarnos. En la mayoría de los casos nos ignoran hasta que somos lo bastante mayores para crear problemas, ya sabes, a partir de los diez u once años. Pero después de esa edad, la mayoría de los semidioses vienen aquí si no quieren acabar muertos.
Algunos consiguen sobrevivir en el mundo exterior y se convierten en famosos. Créeme, si te dijera sus
nombres los reconocerías. Algunos ni siquiera saben que son semidioses. Pero, en fin, son muy pocos.

—¿Así que los monstruos no pueden entrar aquí?

Annabeth meneó la cabeza.

—No a menos que se los utilice intencionadamente para surtir los bosques o sean invocados por
alguien de dentro.

—¿Por qué querría nadie invocar a un monstruo?

—Para combates de entrenamiento. Para hacer chistes prácticos.

—¿Chistes prácticos?

—Lo importante es que los límites están sellados para mantener fuera a los mortales y los monstruos. Desde fuera, los mortales miran el valle y no ven nada raro, sólo una granja de fresas.

—¿Así que tú eres anual?

Annabeth asintió. Por el cuello de la camiseta se sacó un collar de cuero con cinco cuentas de arcilla de distintos colores. Era igual que el de Luke, pero el de ella también llevaba un grueso anillo de oro,
como un sello.

—Estoy aquí desde que tenía siete años —dijo—. Cada agosto, el último día de la sesión estival, te
otorgan una cuenta por sobrevivir un año más. Llevo más tiempo aquí que la mayoría de los consejeros, y ellos están todos en la universidad.

—¿Cómo llegaste tan pronto?

Hizo girar el anillo de su collar.

—Eso no es asunto tuyo.

—Ya.—Guardé un incómodo silencio—. Bueno, y… ¿podría marcharme de aquí si quisiera?

—Sería un suicidio, pero podrías, con el permiso del señor D o de Quirón. Por supuesto, no dan ningún permiso hasta el final del verano a menos que…

NAZ-[PJO]-wtmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora