—¿entonces viste un minotauro y te asustas por las nayades?—pregunto incrédulo Jason

—nerea es única—le respondio leo divertido

Annabeth puso ceño.

—¿Es que no lo pillas, Nerea? Ya estás en casa. Éste es el único lugar seguro en la tierra para los chicos
como nosotros.

—¿Te refieres a chicos con problemas mentales?

Eh más respeto para nosotros

—que falta de respeto más grande ners

Me refiero a no humanos. O por lo menos no del todo humanos. Medio humanos.

—¿Medio humanos y medio qué?

—Creo que ya lo sabes.

No quería admitirlo, pero me temo que sí lo sabía. Sentí un leve temblor en las extremidades, una
sensación que a veces tenía cuando mamá hablaba de mi padre.

—Dios —contesté—. Medio dios.

Annabeth asintió.

—Tu padre no está muerto, nerea. Es uno de los Olímpicos.

—Eso es… un disparate.

¿Lo es? ¿Qué es lo más habitual en las antiguas historias de los dioses? Iban por ahí enamorándose
de humanos y teniendo hijos con ellos, ¿recuerdas? ¿Crees que han cambiado de costumbres en los
últimos milenios?

—Pero eso no son más que…—Iba a decir mitos otra vez, pero recordé la advertencia de Quirón: al cabo de dos mil años yo también
podría ser considerado un mito—. Pero si todos los chicos que hay aquí son medio dioses…

—Semidioses —apostilló Annabeth—. Ése es el término oficial. O mestizos, en lenguaje coloquial.

—Entonces ¿quién es tu padre?

Aferró con fuerza la barandilla. Tuve la impresión de haber tocado un tema delicado.

—Mi padre es profesor en West Point —me dijo—. No lo veo desde que era muy pequeña. Da clases
de Historia de Norteamérica.

—Entonces es humano.

—Pues claro. ¿Acaso crees que sólo los dioses masculinos pueden encontrar atractivos a los humanos?
¡Qué sexista eres!

Creo que nerea en ese entonces ni siquiera sabía que significaba sexista

—¿Quién es tu madre, pues?

—Cabaña seis.

vamos Annabeth,  nerea ni sabia en que planeta estaba parada

Atenea, diosa de la sabiduría y la batalla.

«Vale —pensé—. ¿Por qué no?» Y formulé la pregunta que más me interesaba:

—¿Y mi padre?

—Por determinar —repuso Annabeth—, como te he dicho antes. Nadie lo sabe.

—Excepto mi madre. Ella lo sabía.

—Puede que no, nerea. Los dioses no siempre revelan sus identidades.

—Mi padre lo habría hecho. La quería.

Annabeth respondió con mucho tacto; no quería desilusionarme.

NAZ-[PJO]-wtmWhere stories live. Discover now