Capítulo 18

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En la sala iluminada por antorchas, los personajes se reúnen en un círculo, sus miradas entrelazadas como hilos de un destino tejido por los dioses antiguos. Harry Potter, el joven mago con la cicatriz en forma de rayo, comparte la mesa con Helaena Targaryen, cuyos ojos reflejan la antigua sangre de los dragones. A su lado, Aegon Targaryen, el heredero de un linaje ancestral, sostiene su copa con gracia.

Aemond Targaryen, con su ojo de cuervo y sed de poder, observa a Jacaerys Velaryon, el príncipe de las olas, cuya risa es como el canto de las gaviotas. Las gemelas Baela y Rhaena Targaryen intercambian secretos en susurros, sus cabellos plateados brillando como la luna sobre el mar.

El vino fluye, y las sonrisas astutas se entrelazan con los hilos del destino. ¿Qué conspiraciones se tejen en esta mesa? ¿Qué alianzas se forjarán? Solo el tiempo lo dirá en este consejo de magia y fuego.

Pero en las sombras, en un rincón oscuro de la sala, había un testigo silencioso. Chanpiñon, aquel pequeño hombre que nadie tomaba en cuenta y al que todos se burlaban. Su espalda encorvada y su mirada astuta escondían secretos más antiguos que los mismos dragones. Chanpiñon sabía cosas, cosas que muchos ignoraban. Había visto reinos caer y héroes desvanecerse en la bruma del tiempo.

Mientras los nobles y los poderosos se enredaban en sus intrigas, Chanpiñon tejía su propia red de conocimiento. Sus oídos aguzados captaron palabras susurradas, promesas rotas y traiciones urdidas en la penumbra. Pero él no era un simple observador; era un jugador en este tablero de ajedrez mágico. Sus manos arrugadas sostenían hilos invisibles que conectaban destinos y alteraban el curso de la historia.

Y así, mientras las risas y los brindis resonaban en la sala, Chanpiñon trazaba su propio plan. No era un mago poderoso ni un guerrero valiente, pero su astucia y su conocimiento eran sus armas más letales. Sabía que la verdadera magia no siempre se manifestaba en hechizos y conjuros, sino en las decisiones que moldeaban el mundo.

 Sabía que la verdadera magia no siempre se manifestaba en hechizos y conjuros, sino en las decisiones que moldeaban el mundo

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Harry Potter soltó un suspiro de satisfacción mientras el viento acariciaba suavemente su rostro. Caníbal, su fiel compañero, gruñía con entusiasmo mientras volaban sin rumbo fijo, disfrutando del cálido sol. Desde aquella mañana, cuando las noticias se propagaron por todo el Reino, Harry había sentido la carga de su nueva responsabilidad. "Esto es peor que Hogwarts", pensó el ojiverde. Aquí, en Westeros, nadie respetaba la privacidad de nadie, y la vida misma parecía un juego de tronos donde cada movimiento podía cambiar el destino.

Pero Harry también sabía que tenía un papel que desempeñar en esta historia. No solo como el joven mago con una cicatriz, sino como alguien que podía ver más allá de las apariencias y comprender los hilos invisibles que unían a las personas. Quizás, en este consejo de magia y fuego, encontraría respuestas y aliados inesperados. Y mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Harry se preparó para enfrentar los desafíos que aguardaban en las sombras.

El fuego ardía en su corazón, y la magia de Westeros lo envolvía como una manta ancestral. En esta tierra de dragones y reyes, Harry Potter escribiría su propia leyenda, una que resonaría a través de los siglos y se entrelazaría con los hilos del destino.

 𝐄𝐋 𝐃𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝑴𝑬𝑵𝑻𝑰𝑹𝑨Where stories live. Discover now