Sombras del pasado

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Allí estaba otra vez, la chica rubia. Su rostro juvenil le daba un aire de inocencia, como una virgen atrapada en un mundo oscuro y decadente. Sus ropas negras tenían un llamativo parentesco con aquellos trajes ninjas que tan famosos se hicieron por las películas; y la similitud aumentó cuando en su espalda se descubrió lo que parecía una espada.
Junto a ella iba otra muchacha igual de joven, misma vestimenta. Su cabello era más oscuro y sus facciones le daban una imagen europea.

—Es un AK-12 —dijo Sardo cuando señaló el arma que llevaba la segunda asaltante—, un fusil de asalto moderno. Es de fabricación rusa y un arma reglamentaria de ese país. Coincide con los casquillos encontrados.

—¡Carajo! Primero una ola de asesinatos, luego problemas de narcotráfico y ahora armas rusas.

Manuel apareció por detrás con un papel doblado. En su otra mano tenía un sándwich de jamón y queso, algo que a Dinelli no le agradó. Detestaba el queso.

—Tengo la orden del juez para interrogar a Fabricio Hurtado —dijo el federal con la boca llena.

—¿Y por qué tardaste tanto en traerla? ¡Carajo, vamos!

Dinelli se levantó y tomó su abrigo. El otoño ya estaba dando paso al invierno, el cual aseguraban que sería el más frío de los últimos veinte años.
Pero cuando quiso encarar hacia la salida oyó detrás de sí una voz que lo llamaba, y él no podía negarse.

—¿Qué necesita, jefe? —preguntó el oficial principal. Su cara de pocos amigos era imposible de ocultar.

—Sí, supe que ya puede interrogar a su sospechoso. Me parece necesario recordarle que no puede repetirse lo sucedido la última vez. Si vuelve a ocurrir algo así habrá severas consecuencias. ¿Quedó claro? —El jefe lanzó una mirada fulminante. No era de esos hombres que amenazan y no cumplen.

«¡Viejo infeliz!» pensó Dinelli, pero sabiendo que su compañero podía estar escuchando decidió poner su mejor cara y asentir.

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La casa de seguridad estaba fuera de la ciudad, cerca de la zona agroindustrial. Era una pequeña cabaña ubicada junto a un lago artificial, propiedad de un granjero local. Estaba custodiada por cinco policías del escuadrón especial, y estaban bien armados. Todos los días el dueño les suministraba alimentos y otros elementos de higiene; a cambio, la ciudad le remuneraba a buen precio.
O eso les habían dicho en la jefatura a los oficiales. Lo que no les dijeron fue que el camino para ingresar al campo era un desastre, al menos para un vehículo corriente. De todas formas Dinelli condujo hasta la cabaña, el automóvil no le parecía importante en ese momento.
Cuando llegaron fueron recibidos por los custodios que los requisaron antes de poder entrar a la casa. Ninguno se quejó, sabían que la corrupción era un fantasma de todo el cuerpo policial de la ciudad.

Dentro de la casa, el aroma que salía de la cocina los envolvió; la mujer preparaba el almuerzo junto a sus hijas mientras que el joven preparaba la mesa para comer. Manuel adivinó que era un guiso de pollo bien condimentado y no dudó en aceptar cuando le ofrecieron un pedacito de pan para probar la salsa.
Hurtado estaba en la sala de estar, sentado en un viejo sofá, mirando el noticiero en la televisión. Cuando vio a Dinelli trató de fingir sorpresa y lo saludó con timidez, pero pronto se dio cuenta de que no se comería ese cuento.

—¿Por qué está aquí? —preguntó el hombre con evidente nerviosismo.

—Deje de fingir, Fabricio, tenemos preguntas para usted. —Dinelli arrojó una carpeta sobre una pequeña mesa ratona—. Estas imágenes son de las cámaras de seguridad de su casa. ¿Por qué las tenía?

Cadáveres    #ONC2024Where stories live. Discover now