Entre los muertos

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Sangre. Mucha, esparcida por todo el suelo de aquella modesta casa de barrio. Los forenses entraban y salían con cámaras, muestras de cualquier cosa que pudieran analizar; los policías juntaban evidencia, la suficiente para llenar una caja. La gente de aquel humilde barrio se agolpó en la escena, tomaban fotos y videos del cadáver que yacía en la entrada, atravesando la puerta.
Dentro, los oficiales inspeccionaban la escena y supervisaban el trabajo. Estaban nerviosos, ¿qué rayos le dirían al jefe? Ya era la novena escena en ese distrito de la ciudad, donde la pobreza sirvió de caldo de cultivo para el narcotráfico. Pero aquello no era obra de ellos, no. Ellos eran las víctimas.

—¡Dinelli, Sardo! ¿Pueden informarme? —la voz severa del jefe resuena en el comedor de la casa.

—Es un desastre, como las anteriores. —El oficial principal toma la palabra, él estaba a cargo del caso desde hace tiempo y ya sabía cómo lidiar con su superior—. Mismo modus operandi.

»Los asesinos entraron por la puerta principal y dispararon a quemarropa al guardia; cinco tiros, todos atravesaron el cuerpo. Avanzaron por la caza y redujeron a los demás miembros de la banda. A todos les cortaron las manos luego de torturarlos, los quemaron con sus propios cigarrillos. Tenemos todo, jefe: cámaras, testigos, huellas, casquillos recuperados; sabemos que armas usaron, hasta el tiempo que tardaron en irse.

—Y aun así, no sabes quienes son, ni por qué matan narcotraficantes. —La respuesta del jefe era un puñal que el oficial recibía en silencio—. El tiempo se agota, Dinelli, los capos de la droga pronto responderán.

El jefe no tardó en irse, aún tenía que responder las preguntas de la prensa que había llegado como un enjambre de pirañas. Los asesinatos no le molestaban tanto como atender a esos carroñeros.
Los de la morgue policial retiraron los cuerpos mientras el equipo de criminalística se disponía a cerrar la escena para retirarse. Dinelli envío a Sardo a casa; este se ofreció a llevarlo pero el oficial quería caminar y pudo cuando logró escabullirse de los periodistas.

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Llevaba media hora de travesía y las suelas de los pies le dolían. Esos zapatos tan incómodos, prefería usar los borceguís tácticos antes que las porquerías que tenía puesto. Pensó en detenerse a comprar algo para comer, tal vez una hamburguesa en esos carros de la calle donde cocinan el alimento, pero el recuerdo de los asesinatos rápidamente le quitó el poco apetito.
¿Quiénes eran los asesinos? Aunque tenían fotos y videos de los crímenes, todos los perpetradores se cubrían el rostro. Las huellas dactilares tampoco llevaban a ningún lado, eran literalmente fantasmas.

Se detuvo en una esquina por culpa del semáforo que habilitaba el tránsito vehicular, y mientras esperaba divisó a su derecha un pequeño local. «Samara la vidente» decía un pequeño cartel, el lugar perfecto para gastar dinero sin obtener nada a cambio. Pero Dinelli estaba tan empeñado en resolver su caso que tal vez pensó que una persona con esas capacidades podía ayudarlo.
Caminó hasta la puerta del lugar con disimulo; dentro estaba oscuro y no parecía haber nadie. «¡Qué tonto soy! Solo pierdo mi tiempo» pensó el oficial, ofuscado por su propia situación. Pero cuando avanzó nuevamente casi chocó con una mujer joven, quizás de unos veintitantos.

—¿Puedo ayudarte? Vi que mirabas dentro del local.

—Eh... Sí, parece que no hay nadie.

—Yo soy Samara, puedo atenderte si quieres. Solo he salido a comprar algunas cosas.

—N-no, estoy bien...

—No parece, cualquiera se daría cuenta de que estás preocupado por algo que no puedes resolver. Además, te detuviste y miraste hacia el local por un momento, o sea que lo pensaste más de una vez. Si te resistes pero al final te rindes es porque de verdad necesitas una respuesta. —La mujer habló con voz impostada. El oficial no pudo decirle que no.

Cadáveres    #ONC2024Where stories live. Discover now