Becky Armstrong

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—1—

Me tiro en la cama y abro mi cuenta de Twitter para distraerme un rato y desconectar de ese proyecto aburridísimo que me tiene totalmente bloqueada.

¡Dios, en qué momento pensé que hacer un máster en escritura creativa y guiones me iba a solucionar la vida!

Pero la idea se ve truncada por esa telenovela absurda que sigue Irin. ¿Por qué el algoritmo de Twitter piensa que eso me interesa mínimamente?

Voy bajando por el feed con la esperanza de encontrar algo más llevadero pero parece imposible salir de la parejita del momento. Así que decido desahogarme con la culpable de todo.

—Primita, ¡qué sorpresa! —me saluda Irin contenta—. ¿Cómo va la semana?

—Iría muchísimo mejor si dejaras de saturarme las redes sociales con tu telebasura.

—Uy, uy, uy, ¿qué te pasa? ¿Vuelves a estar atascada con algo?

—Irin que has retuiteado diez posts de súperFreen y su novio musculHeng en menos de dos minutos —le digo escandalizada.

—Al menos he conseguido que te aprendas sus nombres —contesta riendo—, y voy a decirte dos cositas muy importantes Patricia: una, que eres ingeniosa incluso cuando finges que algo no te gusta y dos, que Freen y Heng no son novios.

Tengo que respirar y morderme la lengua para no soltarle cualquier barbaridad.

—Voy a devolverte tus dos cositas: una, sabes que odio que me llames así y dos, para no ser novios están todo el día pegados y fingiendo serlo.

—Vale, vamos a dejar de hablar de "Red Sun" y a encontrar la paz y el amor que nos tenemos —comenta divertida—. ¿Aún piensas venir a visitarme por mi cumpleaños?

—Si te portas bien, sí.

—Venga, no te hagas la interesante, ambas sabemos que estás deseando escaparte de la lluvia horrorosa de Londres para tomarte un mojito en la playa conmigo.

—Debe hacer un calor insoportable en Tailandia ahora mismo —me quejo.

—Becky. Un mojito; en la playa; en la isla que quieras, tenemos muchas.

—No sabes cuánto lo necesito —cedo por fin, divertida—. Ya tengo los vuelos, salgo el viernes por la tarde.

—¡Genial! Me encanta que no sepas hacerte la dura —exclama realmente contenta—. ¿Cuántas horas esta vez?

—Quince a Bangkok, no está mal.

—Aún me acuerdo de las cuarenta horas que te comiste una vez para ahorrarte, ¿qué? ¿200 libras? —comenta riéndose.

—Ni siquiera sabes lo que significa esa cantidad —le rebato—; y en mi defensa, diré que era muy joven y no tenía más dinero, pero al menos, no falté a tu cumpleaños, eso es lo que cuenta, ¿no?

—Fuiste la mejor, primita. Oye, ¿quieres que vaya a buscarte a Bangkok y nos quedemos unos días allí?

—No, por favor Irin, que ya vengo saturada de Londres. Deja que suba al pueblo y luego, antes de ir a la playa, hacemos parada donde quieras.

—¿Dónde quiera? —pregunta emocionada.

Quizá demasiado y eso empieza a darme mala espina, que los gustos de Irin y los míos son muy distintos. Aún no entiendo cómo nos llevamos tan bien.

—¿Debería darme miedo? —quiero saber dudosa.

—Espero que sigas siendo el desastre organizativo que eres y no me hayas comprado nada todavía, porque ya tengo tu regalo perfecto para mí.

Cruce de talentosWhere stories live. Discover now