II

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Páramo Dorado era, sin lugar a dudas, el peor lugar para criar a un niño. Mucho menos para criar a un montón.

Carmín tenía un campamento en Páramo Dorado. Este estaba pobremente equipado, habían algunas almohadas y mantas repartidas por el frío suelo; viejas estanterías de madera donde almacenaban en cajas alimentos, medicina y herramientas; las antorchas era la luz que los guiaba en tan desolado y triste lugar, los peluches viejos y descosidos eran el poco comfort que se podía recibir, las paredes de las tuberías eran el resguardo del viento y la arena, y el cielo cubierto de grises nubes era el techo sobre sus cabezas.

Había pocas personas en el campamento, todos eran niños y adolescentes de diferentes edades, no había ni un solo adulto en aquel lugar. La vida en Páramo Dorado era fúnebre y poco misericordiosa. Los monstruos eran el principal peligro, pero también tenías esos riesgos que al descuido se volvían letales, como el agua contaminada, las nubes de polvo, el aire seco e impuro, y lo lejos que se encontraban de otras poblaciones, haciendo difícil y tedioso el poder pedir ayuda o conseguir recursos.

Por fortuna —o por previas precauciones tomadas—, el campamento de Carmín se encontraba escondido entre las tuberías del olvidado campo de batalla, además ella no era la única que administraba el lugar. Estaban otros tres que ayudaban a Carmín a mantener el campamento, planificando y administrando los recursos, supervisando la seguridad del grupo y anticipando cualquier potencial inconveniente, minimizando lo más posible los riesgos y peligros.

Aquellos tres krills que salían de vez en cuando a merodear por ahí nunca llegaban a sobrevolar las tuberías y, aún si lo hacían, había un sinfín de escondites para evadir su vista. Eso fue lo primero que Carmín le enseñó a Caelus.

— Los dragones oscuros no tienen alma, no puedes razonar con ellos porque no son criaturas que puedan apreciar la vida, no son capaces de sentir empatía ni compasión. Ni siquiera la propia. Una descripción más certera de lo que son sería compararlos con máquinas. —explicó con voz calma, sin embargo fría y seria.— Evita entrar en su rango de visión, y si llegas a hacerlo... tendrás 8 segundos para esconderte. Bajo ningún pretexto te quedes inmóvil. Muévete, huye, escóndete... aún si eso significa dejar a alguien atrás.

La severidad en las palabras de Carmín siempre resultaron desalentadoras e intimidantes para los oídos de Caelus, pero fueron esas palabras con las que creció y se crió en Páramo Dorado, aprendiendo a ser escurridizo y cauteloso, a ser silencioso y observador a los detalles, a confiar en su destreza y capacidades. Con el pasar del tiempo, tras duras lecciones aprendidas y creciendo en el campamento, varias cosas se hicieron claras a los ojos de Caelus, entendiendo más sobre el rol de cada miembro.

Carmín era gélida y tenaz, persistente y extremadamente calculadora, pero detrás de toda esa severidad pudo encontrar la calidez familiar. Esto era algo que todos en el campamento sentían por igual. Ella era la jefa y la madre del grupo, aún si nadie la llamaba jefa o madre. Carmín se encargaba de instruir a los nuevos y entrenar a los mayores para valerse por sí mismos, sin dejar de cuidarse entre todos.

A su derecha siempre estaba Prisma. Atenta, cuidadosa, eficiente y con una habilidad admirable para planificar y organizar. Ella era quien hacía seguimiento de los recursos utilizados y programaba salidas para reabastecer el campamento.

En las tuberías siempre encontrarían a Rossél, de carácter afable y fuerte, usando una máscara de toro y un sombrero negro puntiagudo, preparando brebajes y medicinas. Era un experto en su área, y se rumoreaba que alguna vez fue alguien peligroso.

Brujo de Alas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora