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Después de que Tiamat cruzara la cúpula de Asgard, dejando atrás a Nirvana por su propia solicitud, la dragona se encontraba ahora sola, pero no desafiaba las órdenes de su maestro. Aunque sentía curiosidad por explorar el reino celestial, respetaba profundamente las decisiones de Nirvana y nunca haría algo que pudiera decepcionarlo o enojarlo.

A medida que exploraba Asgard, Tiamat quedaba maravillada por las vistas que se extendían ante sus ojos. Había escuchado innumerables historias sobre la belleza y grandiosidad de Asgard, y ahora podía corroborar que todas eran ciertas. Los majestuosos palacios y templos, construidos con una arquitectura celestial, se alzaban en el horizonte, bañados por la luz dorada del sol.

Los jardines exuberantes y los campos de flores que adornaban el paisaje eran un espectáculo para los sentidos, y el aire resonaba con el sonido de las aves cantando y el suave murmullo de los arroyos cristalinos. Tiamat se sintió abrumada por la serenidad y la tranquilidad que emanaba de este reino celestial, y se prometió a sí misma aprovechar al máximo su tiempo aquí, mientras esperaba el regreso de su amado maestro.

 Tiamat se sintió abrumada por la serenidad y la tranquilidad que emanaba de este reino celestial, y se prometió a sí misma aprovechar al máximo su tiempo aquí, mientras esperaba el regreso de su amado maestro

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Mientras Tiamat exploraba Asgard, se detuvo junto a un estanque cristalino, donde el reflejo del sol bailaba sobre la superficie del agua con destellos dorados. Se inclinó delicadamente para admirar su propio reflejo, observando cómo los rayos de luz acariciaban su piel de escamas y resaltaban los tonos azules y turquesas de su melena.

En ese momento, una suave brisa acarició su rostro, llevando consigo el aroma fresco de las flores en floración que rodeaban el estanque. Tiamat cerró los ojos por un instante, permitiéndose absorber la belleza y la tranquilidad de aquel lugar sagrado.

Un sentimiento de paz y gratitud la invadió mientras se sumergía en la atmósfera serena de Asgard. Aunque echaba de menos la presencia de Nirvana, sabía que este tiempo de soledad le brindaba la oportunidad de conectarse con su entorno y apreciar la belleza que lo rodeaba.

Mientras Tiamat continuaba explorando Asgard, no muy lejos del lugar donde debería esperar a su amo, de repente fue sorprendida por una serie de intensos rayos de energía que se abatían sobre ella desde la distancia. Los rayos, deslumbrantes y llenos de poder, parecían dirigirse hacia ella con una determinación implacable.

Aunque los rayos la rodeaban con su fulgor brillante, Tiamat no sintió ningún daño físico ni dolor. Permaneció firme y serena ante el ataque, consciente de que no eran la gran cosa. En cambio, los rayos parecían más bien un mensaje o una advertencia, una señal de que algo importante estaba por suceder en aquel lugar sagrado.

Con cautela pero sin miedo, Tiamat observó los destellos de energía con curiosidad, preparada para enfrentar cualquier desafío que se presentara en su camino. Su lealtad hacia Nirvana permanecía inquebrantable, y estaba determinada a protegerlo a él y a su séquito sin importar los peligros que pudieran surgir en su camino.

Ante el misterioso ataque de los rayos de energía, Tiamat decidió tomar una postura defensiva. Con una elegancia natural, desplegó sus poderosas alas y adoptó una posición de alerta, lista para responder a cualquier amenaza que se presentara.

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