Luego de lo que parecieron horas en la jungla de personas eufóricas y borrachas Alastor logró llegar en una pieza a la salida del enorme bar, el más popular de aquella parte de Nueva Orleans, siendo su mayor atributo las grandes cantidades de gente afroamericana y mestiza que concurría, siendo uno de los pocos locales para beber que no prohibían la entrada a gente de color, eso y los deliciosos tragos a bajo precio que ofrecía.

Debería agradecer a su jefe por ser tacaño y utilizar este lugar como sitio de celebración y no uno en el que probablemente lo golpeen por tener un color de piel diferente. Aún así no iba a desertar con la idea de hacerle pagar por las múltiples injusticias y burlas por las que le hizo pasar. Disfrutando con anticipación en la forma retorcida, pero elegante y creativa, que iba a realizar dicho acto.

Sacudió la cabeza ante el pensamiento, sintiendo recién entonces el golpe del alcohol en su sistema, llevándolo a pensar en su trabajo secundario en un lugar lleno de gente.

Tan distraído estaba que no notó el pequeño cuerpo que tenía delante hasta que colisionó contra el mismo, mandando a este contra el suelo mientras que él daba un pequeño traspié hacia atrás.

Rápidamente se recompuso, dejando a un lado cada pensamiento oscuro y macabro para después. Bajó la mirada hacia el cuerpo que hizo caer, abriendo los ojos sorprendido ante lo que tenía delante.

Una joven mujer, presumiblemente menor a él por un par de años, pálida como la leche, de cabello rubio y corto hasta la barbilla, levemente ondulado en las puntas delanteras, mejillas pintadas suavemente de rosado, labios finos y rojos como la sangre de sus víctimas, ojos azules como dos pequeñas lagunas lo miraban con molestia y algo más que no logró entender debido a su estupefacta mente.

— Lamento mucho haberla hecho caer querida, dígame ¿se ha lastimado? — Pregunta cortés Alastor, ofreciéndole su mano enguantada a la jovencita que se había quedado estática en el suelo mirándolo como si fuese un monstruo, aunque técnicamente sí lo era.

La muchacha aceptó su mano, tomándola con la suya que también se encontraba cubierta por guantes hasta los codos, siendo los suyos de un color negro que no hacía mas que resaltar su pálida piel. Más rápido que lento, el castaño se dio cuenta que la joven no era de por aquí, sonrió en grande ante aquel detalle.

Una vez de pie la señorita, Alastor pudo ver más detalladamente el atuendo que llevaba, un lindo vestido de rojo escarlata en la parte superior y un blanco puro (ahora manchado con polvo debido a la caída) para la falda, un cinturón rojo vino apretaba de forma espectacular su estrecha cintura, el escote dejaba a la vista sus hombros y parte del pecho, nada muy atrevido ni demasiado sutil,  algo idóneo para la noche. También estaba su diminuto porte, apenas llegándole al pecho incluso con sus tacones de charol rojos.

El hermoso visual de la chica era comparable con un ángel, un ángel que acaba de chocar con el monstruo caníbal de Nueva Orleans y ella ni siquiera tenía una pizca de idea de ello. Alastor casi vibró en su lugar debido a la emoción.

Aún sosteniendo la delicada y fina mano de la joven, la cual se encontraba cubierta por guantes blancos que le llegaban hasta la muñeca, Alastor toma el atrevimiento de besar el dorso enguantado de la dama.

— Nuevamente me disculpo por haberla hecho tropezar y ensuciar tan lindo atuendo.— Vuelve a soltar disculpas, mirando a través de sus lentes los ojos brillantes de la señorita.

Ella sonrió levemente, sus mejillas tornándose más coloradas ante el gesto de caballerosidad para con su mano.

— Nada de eso, esto no es más que culpa mía por no ver hacia donde iba y haberlo golpeado. Yo me disculpo por mi torpeza.— Responde avergonzada.

ᴛɪʀᴀᴅᴇʀᴀ ʀᴀᴅɪᴏᴀᴘᴘʟᴇWhere stories live. Discover now