Además de componer música, en sus ratos libres solía visitar la biblioteca del castillo, especialmente la sección de magia avanzada. En el ejemplar Grimorio Del Wyvern, escrito por el propio MedievalDukemon, había encontrado anotaciones al respecto para entrar y salir de Witchelny a libertad. Entendiendo la magia como programación avanzada, gracias a Baromon había llegado a la conclusión de que canalizándola a través de un objeto podría reunir el poder necesario para abrir un portal.

—Shakamon, al igual que los Caballeros Reales, recibieron orbes especiales para poder acceder a nuestra dimensión —explicó para darle contexto—. Así que copié las anotaciones en mi libro para replicarlos.

—Vaya, vaya, quién lo diría. —Rio Eikthyrnirmon—. Qué pillo.

El color de piel del hechicero, de un marrón grisáceo, palideció al sentirse juzgado. Aunque se negase a reconocerlo, su inmensa curiosidad le había conducido a saltarse varias reglas menores. Pese a ello no dejaba de ser un alumno excelente, como lo fuera en su etapa de guardián. Disciplinado y obediente a la vista del profesorado.

Al menos diez pasos por delante de ellos avanzaba la Cho·Hakkaimon con aire más relajado: daba saltitos en zigzag mientras fingía no prestar atención a la conversación que se mantenías tras de sí. Ninguno de los tres sabía cómo llegar hasta su destino, por lo que ella se había ofrecido voluntaria para guiarles hasta una aldea cercana, a dos días a pie, donde pedir ayuda a su anciano alcalde.

—Fuego... ¡La aldea está ardiendo! —gritó bruscamente al otear una columna de humo que empezó a vislumbrarse en el horizonte. Su rostro desencajado se giró hacia sus acompañantes con una lágrima rodándole el moflete enrojecido.

Acto seguido, sin necesidad de debatirlo, los tres iniciaron una carrera veloz. Obviando la razón que les dirigía a esa población, sus oraciones estaban con los aldeanos que allí habitaban.

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Ukomon afrontó la despedida con Eikthyrnirmon con templanza. Sin dudarlo era el mayor reto al que se había sumergido, pues el alce era el pedestal que lograba mantenerlo firme y por el camino de la rectitud... El miedo a convertirse en su yo pasado le estremecía, erizaba su cabello y le nublaba los pensamientos.

—Yo controlo mi destino, yo controlo mi destino... —decía para sí mismo en voz alta.

Sin un rumbo fijo, se adentró en una zona compuesta por grandes rocas musgosas que formaban un laberíntico camino. Algunas, tan pegadas las unas de las otras, parecían construir unas involuntarias murallas que cortaban el acceso, mientras que otras tenían adheridas señales metálicas que indicaban direcciones infinitas, stops y hasta desvíos inexistentes. El Mundo Digital estaba enriquecido por todas esas rarezas que los digimon habían normalizado, como los postes eléctricos repartidos por el continente, hasta las neveras y cabinas telefónicas que brotaban sin sentido.

Mientras avanzaba en dirección contraria a lo prometido, los sentimientos de culpabilidad le azotaban con tal brusquedad que los músculos de su cuerpo se tensaron ralentizando su ritmo. Detestaba lo que estaba haciendo, de hecho una parte de él le animaba a regresar a casa y pasar el poco tiempo que le quedase en compañía de Cherrymon.

—No has de vivir para los demás...

Una voz siniestra, que le erizó su morado vello, resonó en sus tímpanos como arrastrada por el viento. Sin embargo, a simple vista se encontraba solo dentro del laberinto.

—¿Quién anda ahí?

El diablillo se detuvo para examinar el lugar. Su corazón había comenzado a bombear sangre aceleradamente mientras su cola se aireaba intranquila de un lado a otro. Además, una vaga sensación de familiaridad le acompañaba, como si ya la hubiera escuchado aquella voz antes.

Digimon: Dawn KnightsWhere stories live. Discover now