· La Nada ·

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· Escrito por Esnou. Correcciones por  SombrayLuz ·


Mamá dice que los monstruos no existen, pero eso es porque mamá es incapaz de ver los monstruos que tiene a su alrededor...

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¡Hola! Me llamo Alberto y tengo trece años. Mido un metro cincuenta, tengo el pelo moreno alborotado y un lunar en la mejilla izquierda. Todavía me quedan unos meses para ser un año mayor. Mi padre dice que cuando tenga catorce seré el hombrecito de la casa, pero mi hermano Álvaro se opone. Es mayor que yo por tres años, físicamente muy parecido a mí, y suele utilizar una palabra que no sé lo que significa. Dice que discrepa. Cada vez que la oigo no puedo para de reír. A veces amenaza con empujarme por las escaleras, pero sé que está de broma. Si os soy sincero, me parece una mejor opción que el que entre en mi cuarto.

Pasemos a lo importante.

Hace dos semanas de su primera aparición. Mi mamá Ana, una mujer rechoncha y baja, amante de las tareas domésticas, me obligó a hacer los deberes antes de merendar. Lo cierto es que se me dan muy mal las mates y consigo aprobados justos. Yo estaba garabateando en una esquina del cuaderno cuando oí un ruido detrás de mí. Primero pensé que se trataba de mi hermano, pero cuando miré al espejo en frente de mí sólo pude ver reflejada la cama deshecha y los juguetes desordenados en las estanterías. Entonces los vi. Vi esos ojos violetas observándome desde la nada, desde una penumbra que me quitó el aliento, me erizó el cabello y me hizo sentir insignificante. Una mirada hipnótica que sólo me permitió chillar.

—¡Alberto! ¡Alberto! —gritó mamá desde la cocina mientras corría preocupada a mi habitación—. Alberto, hijo mío, ¿estás bien?

Tan rápido como abrió la puerta aquellos ojos desaparecieron. Esa nada se evaporó como si nunca hubiera existido. Mi mamá me abrazó, me agitó el pelo y me palpó la frente en busca de fiebre. Yo estaba sudoroso y con el pulso acelerado. Estaba asustado, muy asustado, pero nada más.

—Cuéntame, ¿por qué has chillado? —resopló más tranquila. Su expresión se relajó mientras continuaba examinando todo mi cuerpo en busca de golpes o algún corte. Cualquier cosa que justificase mi chillido—. Qué susto me has pegado, Alberto.

—Esto... —¿Cómo explicárselo?—. Alguien me estaba mirando, mamá... Un monstruo.

—¿Un monstruo?

De inmediato se acercó a la ventana de mi habitación, corrió la cortina y miró al exterior, pero allí no vio nada. Vivíamos en un bloque de edificios, en el quinto piso, la altura suficiente para, en palabras de mi hermano, "gozar de privacidad". A veces le gustaba echar el cerrojo en su habitación, pero nunca me decía por qué. Cosas de adolescentes, pensé.

—Los monstruos no existen. —Se giró hacia mí con actitud diferente: ceño fruncido, arrugas en las mejillas y casi podía intuirse el humo que echaba por las orejas. Se había enojado—. Esta treta no te va a funcionar. Si no acabas los deberes no habrá merienda. ¿Acaso quieres cabrear a tu padre? —Percibí un ligero temblor en su voz.

Mi padre, un hombre de complexión fuerte e inquisitivo, dice querernos, aunque de una forma muy retorcida. En ocasiones pega a mi hermano cuando se mete en líos, le pega mucho, y aunque todo ocurrió muy rápido juraría que en la celebración de mi último cumpleaños pasó algo con mamá. No me quisieron contar qué. Nadie me suele contar nada porque nadie me toma en serio en esta casa. Odio ser el pequeño...

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La segunda ocasión que vi aquellos ojos era de noche. Habíamos cenado pizza y visto una película de terror; Insidious. Mamá odiaba las películas de miedo, pero mi hermano Álvaro la engañó al decir que era para todos los públicos... No sé si la habréis visto, pero los ojos del demonio rojizo que aparece en la película nada tenían que envidiar a los que se volvieron a presentar en mi habitación unas horas después.

Digimon: Dawn KnightsWhere stories live. Discover now