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—Te odio.—mencionó Argentina con su cabeza al costado de la parte del carruaje, inclinado levemente hacia la derecha. De su cabeza salían chorros de sangre. Estaba destrozado, pero el ruso no haría nada para curarlo.
—Me importa un carajo.— responde Rusia mientras enciende un cigarrillo con un fósforo. Lo lleva a su boca y fuma una calada. Libera el humo justo en el rostro del latino mientras le sonríe con burla.
En ese instante, Argentina le escupe en la cara.
—¡Maldita perra!— Rusia levantó su puño cerrado y le propinó una golpiza en la cabeza.
