Capítulo 11

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Punto de vista de Ellie:

Un día como hoy Leo me pidió que saliera con él, un día como hoy me sentí la estudiante de medicina más feliz del mundo, la más alegre, la más radiante al ver como todo lucía de película.

Fue en una de las bancas de las zonas verdes de la universidad, pronto tendríamos la oportunidad de ir a conocer a nuestros padres, pues el verano se acercaba y entre beso y beso, se animó a proponerme ser su novia.

Y de su novia, su prometida, de su prometida a escoger un vestido blanco, a escoger un destino para la luna de miel, una casa, a usar algunos ahorros, a sentir la emoción de vivir juntos y aunque no estábamos mucho en casa por el trabajo la idea de estar juntos tras la bendición de mi padre en sus últimos alientos me reconfortaba. Era la vida que yo quería.

Me embaracé de Thomas y me enteré justo a tiempo para saber que era un niño, me enteré justo a tiempo para una licencia y días de descanso de Leo, justo a tiempo para elegir cuna, colores de pared y disfrutar la llegada de nuestro primogénito.

Y pasamos la vida que teníamos queriéndonos, hasta que un día no me despertó un beso suyo, no despertaron sus abrazos y tampoco su sonrisa.

Y me destruyó completamente, me dejo cegada de tanto dolor y no encontraba la manera de juntar mis pedazos, no encontré como reconstruir mis sueños sin que mi compañero no estuviera ahí...Y es que cuando encuentras a quién desea amarte por decisión y cuando tu decides responder de forma mutua no solo se trata de adultos escogiendo caminos, se trata de vínculos, se trata de una conexión que supera cualquier obstáculo y a veces cuando algunos humanos escapan de los cuentos y de los libros los besos no son tan de este lado del universo, algo hay en ellos que te hacen saber que son especiales, a veces hay chispas con ese otro ser que te ama incondicionalmente y danzas a gusto con la sinfonía del viento, del ritmo tan acelerado al que va este mundo vacío, porque los humanos somos unos malditos egoístas y si atrapaste a uno de esos hombres de cuento ¿Qué más da si el mundo se acaba? ¿Qué más da si todo cae a pedazos si aun sus brazos te reconfortan? Por que sí, para mí no había desgracia valida, tristeza en la humanidad que pudiese arrebatar mi felicidad.

De pronto la nieve quema con su frio, de pronto el calor te hace sudar a un punto asfixiante, de pronto las flores te marean con su dulce aroma y te asqueas del mundo tan dulce en el que te encuentras, pero no es porque lo odies, es porque estas pasando al portal que nunca nadie quiere cruzar, perder al ser que alegro tus días de forma tan desenfrenada, porque la cotidianidad no es un crimen si estas con la persona correcta. Yo...describiría ese portal como uno lleno de mucha confusión, de rayos y de centenares de luces parpadeantes y de pronto te sumerges en una oscuridad que parece eterna.

Todo fue tan repentino, su muerte, mi segundo embarazo y un parto en el que termine viendo su reflejo en mi dulce niña. Entonces lloraba, tanto que en la sala de partos pensé que me iba a ahogar, que el aire no me daría y a lo mejor lo vería cerca de mí por tan solo unos instantes, porque cuando tuve a Emily en los regazos aunque sonreía con una fuerza inevitable desde lo más profundo de mi corazón, me vi en un embate cómo si estuviera en un limbo de ese maldito portal, gritaba y los médicos trataban de sedarme, aquella era una tortura, cuando yo solo quería abrazar a mi niña y caer de rodillas ante el mundo, maldecir, reír, llorar aún más y olvidar que el concepto de desesperación iba a definirme.

Para esto prácticamente toda la ciudad sabía de mi perdida, el escucharme gritar desesperada ante una tumba vacía no les parecía nada ajeno a lo normal, viuda y con un enorme vientre de paseo por el cementerio.

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