Nuestro Cadáver

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—Quédate tranquila, Marta. Eh, William, encárgate de esa mujer.

—No —detuvo la madre, quien dio un paso al frente—. Estaré complacida en hacerme cargo de esto.

Sacó un arma de su bolso. Apuntó y dijo entre dientes:

—Te haré el favor de juntarte con él si tanto lo deseas.

Apretó el gatillo a la vez que Helena se cubrió el rostro con el cráneo si eso fuese a salvarla. Y al parecer funcionó, porque se escuchó la detonación y Helena no sintió nada atravesando su cuerpo. Abrió los ojos y descubrió que William había hecho que la mujer apuntase al cielo justo a tiempo.

—¿Quieres ir presa tú también? —dijo la abuela. Pareció que sus enormes ojos le saltarían fuera de la cara al contener un desvaído.

William le arrebató el arma a la mujer que cayó de rodillas.

Helena salió de su petrificación cuando escuchó al padre de Henry hablar con la policía por teléfono. Rápidamente arrojó el cráneo dentro del ataúd, donde se subió. Sus manos se aferraron a la tierra y se impulsó con los pies, echó a correr, pero alguien se abalanzó sobre ella que cayeron en bruces.

—¡Suéltame! —gruñó Helena.

—¡¡Zorra!! —Marta, la viuda, se aferró de su cabello y la haló hacía ella—. Henry es mío. ¡Mio! ¡Mio! 

Comenzó a golpearle la cabeza contra la tierra.

Las luces de una patrulla policial contornearon los árboles a lo lejano.

A Helena le entró un arrebato de adrenalina que le hizo sacudirse con violencia. Se deshizo de la viuda que salió arrojada hacia un lado.

—¡Dispárenle! —clamó la madre de rodillas al borde de la tumba.

Helena corrió entre las lapidas con los tres hombres pisándole los talones. En el límite del cementerio, Helena se encontró con un muro. No supo cómo, pero de alguna manera lo escaló y saltó hacia el otro lado. Y así como cayó en plena acera, se levantó y no llegó a parar hasta encerrarse en su casa.

****

El fantasma de Henry se le apareció en un sueño suplicando que volviese al cementerio.

—¡¿Cuándo vendrás a verme?! —gritó al entrar en la tienda Gucci donde Helena trabajaba—. ¡No te quedes callada! ¡Habla!

Helena deseó moverse, escapar del mostrador de carteras para hombres y sumergirse entre sus brazos, pero una fuerza superior le negaba el movimiento. Henry sostenía la sudadera morada que Helena le había robado el primer día cuando éste la olvidó en la tienda. Horas después, él volvió con la esperanza de recuperarla, pero Helena le comentó que no la había visto por ningún lado. Aprovechó la ocasión para hacerse con sus datos por si en algún momento aparecía.

—Me han alejado de ti —Helena lloraba.

—No lo permitas —su amado se mostraba profundamente afectado—. Regresa a por mí, por favor. ¡No me abandones...!

Helena despertó bañada en lágrimas. ¿Cuánto tiempo debía pasar antes de poder regresar a la tumba de su amado?  ¿una semana más? ¿dos? Ese tiempo parecía una eternidad, por lo que decidió volver al cementerio tres días después.

A media noche y evitando a toda costa el contacto con cualquier persona o animal, se encaminó al cementerio atravesando jardines y sombras.

El viento soplaba con tranquilidad cuando Helena llegó al puesto de vigilancia del cementerio con muchísima desconfianza.

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