7. El tipo nuevo.

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El día se fue lento.

En Los Andes la música nunca termina, pero, siendo muy sincera, me hizo falta el ruido intenso que sólo los chicos sabían hacer y que ahora no tendré de otra más que solo tener que extrañar.

Después de una clase de dos horas, me tomé un respiro en la cafetería de la escuela.

Ahí estaba Daniela. Con su grupo de amigas y ocupando la mesa de la entrada. Esa misma mesa en la que Villamil se sentaba a diario.

Cuando me vio entrar, saludó desde lejos y sonreí contestando la acción.
Nunca hemos sido grandes amigas, pero por su relación con Villa y al ser él y yo mejores amigos, nos ha tocado convivir y hablar durante el tiempo que llevan juntos.

Compré un almuerzo que básicamente sólo era pan y café, y me senté en una de las bancas del fondo para apreciar a todo el mundo.

— Hola — una voz masculina habló y me hizo volver a la realidad. — Lucía, ¿Verdad? — sonrió.

— Sí, esa misma — sonreí. Por supuesto que me había dado cuenta de que era el chico nuevo de mi salón, pero traté de disimular.

— Sebastián Lozano, mucho gusto — el hombre extendió la mano como presentación, y la tomé sintiendo el ligero apretón — llegué ayer, pero, creo que no viniste a clases.

— Ah, no — reí — tuve cosas importantes que hacer

— Despedir a tus amigos — se sentó frente a mi, y el muy obvio gesto de sorpresa que tuve, lo hizo reaccionar — Perdón, probablemente lo escuché de alguien en el salón.

— Ah — en definitiva, los chismes aquí si corren rápido.

— ¿Eres de aquí de Bogotá?

— Eh, sí — reí — pero tú no, ¿Verdad?

— Soy de Medellín... espera, ya lo habías notado — reímos. Cualquier persona se habría dado cuenta desde que dijo la primer palabra.

El hombre nuevo intentó de una y mil maneras entablar una buena conversación conmigo, y quizás cuando lo estábamos logrando, mi vi interrumpida luego de darme cuenta de que la plática ya me había hecho perder al menos quince minutos de mi última clase del día.

Aunque me terminó buscando antes de que pudiera irme.

— No tengo los mejores apuntes — reí. No sé por qué buscaba ayuda en mi, y no en otra persona más inteligente.

— ¡Te encontré! — mi mejor amiga llegó corriendo e interrumpiendo totalmente al castaño cuando intentó hablar — míralos, haciendo su ruido a lo grande — me mostró la pantalla de su celular, y mis ojos sólo se encontraron con mi banda favorita.

Ahí estaban. Siendo entrevistados en un medio importante de España, y haciendo su magia. Los cuatro se notaban felices, pero quizá no tanto a como lo estaba yo viéndolos desde aquí.

— Villamil está nervioso — me burlé.

— Siento mucha envidia hacia Alejo — el comentario tonto de Fer, me hizo reír — No escuela, no tareas, en Madrid, y ganando dinero por hacer escándalo con una batería.

— ¿Escándalo? — asintió y reí — eres una grosera — golpeé suavemente su brazo — Ah, perdón, Sebastián... ella es Fernanda, mi mejor amiga.

— Sí... nos conocimos ayer. Probablemente por ella supe que no viniste por ir a despedir a tus amigos al aeropuerto... ¿Son ellos? — miré a mi amiga y negó lo que Sebastián dijo.

Fernanda se adelantó a responder la pregunta de Sebastián y le habló de cada uno de los chicos.
Ahora él se suma a la corta lista de personas que saben que Villamil y yo somos vecinos y amigos y no desconocidos como aparentamos aquí.

Junio, 2015.


Las clases últimamente se sienten más pesadas.

Tengo demasiadas tareas pendientes, y llegar a casa solo me complica las cosas porque evidentemente solo quiero dormir.

Fernanda quedó de venir a casa para estudiar, pero conociendola bien, sé que terminaremos solo tiradas en el sofá mientras vemos alguna película.

Reuní las cosas para preparar algo de comer, y cuando menos esperé, el timbre sonó.

— ¿Dany? — me sorprendí al verla ahí. Hacía mucho que no la encontraba siquiera en la universidad. Supongo que consecuencias de que Villamil no esté.

— Hola, Lucy — se acercó para saludarme. Es una persona muy linda. Siempre ha sido muy amable.

— ¿Quieres pasar? — la invité.

— No, no, gracias, sólo venía a invitarte a casa de Juan Pablo. Tendremos una videollamada con él en quince minutos.

— ¿De verdad? — me emocioné. Tenía mucho sin hablar por otro medio que no fueran mensajes con mi mejor amigo. Tres meses, para ser exacta.

— Sí, será rápido porque igual ya es tarde en Madrid, pero, por si quieres saludarlo.

— Sí, sí, claro, ahora voy.

Ni siquiera cerré la puerta cuando ella se fué.

Puse en pausa la preparación de la comida, y corrí a casa de los Villamil para estar presente en esa videollamada.

Me quede junto a su mamá, que era la más emocionada por ver a su hijo, y en cuánto se conectó y lo pude ver, sentí algo indescriptible. Emoción, por supuesto, pero a la vez sentí esas ganas de sacarlo por la pantalla y así poder darle un abrazo.

Ahí estaba. A las 2 de la mañana para él, pero con mucha emoción de poder ver a su familia.

¿Cómo están? — saludó. No sé exactamente quién tenía la mala señal, pero se cortó un poco.

— Nosotros muy bien, ¿y ustedes? — su mamá se asomó a la pantalla y él sonrió enorme.

Muy bien, con mucho trabajo — sonrió. Se notaba demasiado cansado — ¿Daniela está ahí?

— Aquí estoy — gritó ella con emoción — también está Lucy.

¿Luly?

— Sí, aquí estoy, es que me dijeron que me extrañas, por eso vine — bromeé. La cámara fue puesta únicamente para mí.

Que curioso, a mi me dijeron que la que me extrañaba eras tú — sonrió. La señal era malísima. La imagen se distorsionaba demasiado al igual que la voz.

Preguntó cosas tan importantes como por su hermana y más familia, por los días de su novia, e incluso preguntó por mis papás y si de casualidad no extrañaban tenerlo en casa. No pudimos hablar mucho — cómo hubiéramos querido — con él por ese detalle. Además de que dijo que tenía que estar listo muy temprano para grabar un par de cosas, así no quisimos interrumpir más sus horas de sueño.

Agradecí por la invitación, y volví a casa.

Fernanda llegó poco tiempo después, y Sebastián la acompañaba.
Eso me tomó por total sopresa, y lo hice muy evidente luego de preguntar con suficiente seriedad la razón por la que estaba aquí.

No es un mal tipo, pero resulta que cuando empiezas a salir con alguien de otra forma y no sólo como amigos, se vuelve incómodo que llegue sin avisar.

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