4. ¿Nos va a extrañar?

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13 de Marzo, 2015

La última cena de despedida, llegó en casa de los Villamil Cortés, exactamente cinco días antes de "el gran día".

A esta cena en especial, mis papás también asistirían.
Mamá preparó un postre que a Villamil le encanta, y mi papá compró una botella de vino tinto para él no llegar con las manos vacías.

Tocaron la puerta cuando justo estábamos los tres por salir.

Abrí.

Del otro lado estaba Juan Pablo Villamil, con los ojos cristalizados y sin decir una palabra. Intentó disimular al tener a mis papás enfrente.

— Ahora vamos — hablé en voz alta para qué los dos me escucharan — ¿Qué pasa? — pregunté preocupada hablándole solamente a él.

— ¿Puedo entrar?

— Perdón, sí — me hice a un lado. Fue directo al sofá — Juan Pablo, ¿Qué pasa?

— No sé, me sentí extraño al ver que se hace todo esto porque nos vamos de Bogotá.

— Son los nervios — sonreí.

— Por supuesto que son los nervios, pero, no sé, tengo miedo, Lucía... ¿Y si nos va mal?

— No, no, ni lo pienses.

— Vea todo lo que están haciendo por nosotros... ¿Se imagina que la gente no nos reciba como soñamos?

— Mirame... Juan Pablo, mírame — lo tomé de las mejillas y sus ojos verdes me miraron. Pocas veces lo he visto verdaderamente preocupado — estás nervioso, y a la vez te da nostalgia ver qué ya dieron un paso más serio... pero lo harán increíble, y lo sabes.

— ¿Lo crees?

— No sólo lo creo, estoy segura de eso. Además, ya lo hacen increíble desde aquí, y con esos cortos viajes que están teniendo en la semana... Ya te lo dije. Volverán a Bogotá sólo por más ropa, o para visitar a sus familias, no porque vayan a hacerlo mal.

Lo ayudé a respirar para que estuviera más tranquilo, y me levanté en cuanto lo vi sonreír.

Le di un poco de chocolate que encontré en el refrigerador, y en cuanto él se sintió mejor, salimos de mi casa para dirigirnos a la suya.

Los demás llegaron un rato después.
Todo se volvió una fiesta y ese brindis que se hizo al final de la cena, nos regaló a todos un momento muy lindo y nostálgico.

Poco antes de media noche, todo el mundo empezó a irse.

— Lucy, ¿Podemos seguir la fiesta en su casa? — gritó Isaza. Mis papás lograron escucharlo y le respondieron de inmediato que sí. Ni siquiera fue necesario que yo opinara.

Cuando menos pensé, ya tenía a un grupo de al menos diez personas teniendo una pequeña fiesta en mi terraza.
Lo increíble de esto, es que no son el típico grupo que pone música en un volumen exagerado. Por el contrario, les gusta pasarse la noche tocando guitarra, conversando, o simplemente tomando cerveza mientras piensan mil cosas.

— Sonrían para la foto — me acerqué — Tengo que tener evidencia de que Morat tuvo un día una pequeña reunión en mi casa hasta muy tarde — reímos.

— Pero venga también — gritó Simón. Me acerqué a ellos y ahora tuvimos que repetir la foto al menos seis veces porque Villamil no paraba de molestarme.

Cerca de las cuatro de la mañana, todo el mundo se fue.
Villa y yo bajamos para despedirlos a todos, y regresamos a mi casa para levantar el desastre que quedó.

Mira que no puedo más, que mi vida es tuya, y no cabe duda, lo voy a olvidar. Mira que no puedo más, ya no estoy fingiendo , y aunque sea mentira, di que no te vas — canté.

Me atrevo a decir que Di que no te vas de Morat, es mi canción favorita del momento. La estrenaron en la famosa plataforma de vídeos hace unas semanas.

— Cantas muy mal — exclamó Villamil desde la puerta.

— Grosero. Arrogante — le lancé una lata vacía y se burló de mi.

— Es que mire, si relaja un poquito más la voz, lo haría genial.

— ¿Me estás dando clases de canto? — lo miré. Simplemente negó divertido y continuó con lo que hacía.

— Luly — habló y lo miré nuevamente — ¿Nos va a extrañar?

— No — reí.

— ¿De verdad no?

— Sí, de verdad — Tenía la boca abierta a causa de mis palabras — A ver, no, no me mires así... lo digo porque te vuelves muy presumido si respondo lo contrario.

— No, hoy estoy hablando en serio. ¿Nos va a seguir queriendo?

— Ay, Villamil, ese tipo de preguntas me las debería de hacer yo, no tú.

— ¿Por qué?

— Porque ustedes son los que se volverán famosos. Tendrán amigos nuevos, y seguro serán sólo gente famosa, como ustedes — lo vi reír — a los que nos quedamos aquí nos tocará sólo verlos en pantallas y recordar las anécdotas vividas.

— No diga tonterías, eso nunca.

— Nunca digas nunca, no lo sabes.

— ¿Cómo podría yo olvidarme de mi vecina favorita? — dejó sobre la mesa todo lo había en sus manos y se acercó a mi para hacer eso que yo detesto. Abrazarme.

— Ya, ya suéltame — lo empujé sin éxito.

— Déjese, esto es un momento bonito.

— Bonito será cuando me sueltes, Juan Pablo.

— No puede ser. Su mejor amigo se va a España y usted le niega un abrazo.

— Una cosa no tiene que ver con la otra.

— Bueno, ya... Pero un día necesitará un abrazo mío y yo voy a estar del otro lado del mundo — se alejó.

Eso sí era verdad. Y probablemente, era lo que más miedo me daba.

Juan Pablo y yo nos conocemos hace tanto.
No desde muy niños cómo él con Simón, pero si casi desde que nos volvíamos adolescentes.

Eso gracias a que mis papás, mis hermanos y yo nos mudamos a su mismo edificio y comenzamos a vernos prácticamente todos los días, incluso en la escuela. Desde entonces, no existe poder humano que lo saque de mi casa.

Ha estado en mis momentos tristes y por supuesto también en los que me hacen muy feliz. He perdido la cuenta de los abrazos que me ha dado cuando estoy mal, pero, al final, siempre ha estado. Así que, el hecho de que tenga que irse tanto tiempo, en realidad si me duele un poquito, pero sé que lo disimulo muy bien.

Lo de fingir que no lo conozco surgió luego de que la mayoría de las chicas en la escuela se acercaban a mi sólo para saber más de él.
Por supuesto él nunca estuvo de acuerdo con fingir que no éramos amigos, pero no tuvo otra opción.

Terminamos de levantar el desastre ya casi cerca de las seis. El Sol empezaba a asomarse y lo acompañé a la puerta hasta verlo entrar a su casa. Alzó la mano para decir adiós, y cerró.

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