X. La furia

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—¡Ja! —se carcajeó el verdadero Izan Gakuma, con los ojos puestos en el naranja del amanecer—. ¡Buenosh díash, mundoo! ¡He vuelto...! ¡Ah!

No obstante, la lengua del allocamelus fue tan rápida como la suya y pronto le hizo arrullarse al otro lado del callejón entre gemidos de disgusto que al animal le dieron igual. Quizá porque su raza era instintivamente terca o...

«Puede que tenga hambre», pensó el detective, a la par que se protegía de sus lametones con los codos. «Tendría que haberle hecho caso a Macer y no comer tantas porquerías. Al menos, no antes de otra posesión...», intentó reírse, aunque fuera por dentro, pues por lo que empezaba a ver y a notar en su cuerpo, los destrozos eran tan horribles como la vez primera y le haría falta humor para conseguir ayuda.

«¡Además de quitarme de encima a este bicho!».

En un impulso le atizó en el hocico y salió corriendo, sin contar en que las cicatrices abiertas de la planta de sus pies le harían tropezar al segundo sobre el burbujeante charco negruzco que se fundía con la tierra de la callejuela, y eso mismo, por suerte, le haría esquivar una coz en las nalgas; pese a tener de nuevo la boca llena de una sustancia asquerosa.

—¡Vale, vale! —escupió Izan, mientras escuchaba a la bestia pegar patadas a las paredes de las casas; romper una ventana—. ¡Entiendo que soy demasiado atractivo para que me ignores, perdona, perdona!

Sin embargo, un zumbido atravesó los alrededores y se dio cuenta de que no toda esa rabia —o locura— se debía a él. De hecho, hasta se unió al allocamelus con un suspiro tembloroso que luego se le instaló en las rodillas cuando quiso hacer de tripas corazón para ocultarse en el callejón de delante.

Gateó entre los restos cadavéricos en los que, al principio, no había querido fijarse para no cuestionar el tiempo que había pasado, a la par que les robaba sus prendas con las que, un instante después, medio a salvo y con la mujer polilla haciéndose notar cada vez más cerca, se arropó hasta la raíz del pelo hecho trizas que le había dejado Rashbabarion. O algo de eso. No quiso pensar. La saliva de otro demonio le cayó encima e inevitablemente se lo imaginó encaramado al tejado con los ojos —si es que tenía de visibles— en el animal.

«En mí no, hombre, que no he comido en... ¡Vete a saber! Y seguro que no estoy sabroso... ¡Seguro!».

El detective ahogó un chillido al sentir la manaza de la bestia apoyándose en su cabeza; su cuerpo alargado deslizándose por el suyo para, luego, intentar alcanzar al allocamelus de manera tosca, a pesar de que sus únicas extremidades eran casi humanas y prácticamente se le salían los huesos con cada brazada, como vio Izan desde su escondite; en el que también pudo observar a la mujer polilla —¿quién más, sino?— hiriéndolo en el lomo a una velocidad asombrosa, con el aviso de que dejara a los animales en paz. En esta ocasión.

Tenemos... mucho... que limpiar... —susurró, sin inmutarse por los sollozos de su compañero, que la superaba en masa y tamaño, ¡e incluso en repugnancia!

Pero la obedeció igual. Obvio, era una batalla perdida, teniendo en cuenta lo mucho que le estaba costando regenerarse de su advertencia. Y lo recuperada que se la veía desde la última vez que Izan y Macer habían podido visitarla. Le brillaba la cáscara negra que le protegía tanto el cráneo ovalado como el cuerpo de diábolo, y ni rastro de su aparente humanidad. Ni de que tuviese intenciones de revelar a Izan, pese a haberle notado. ¡Porque el detective no era estúpido, inclusive si no le había dirigido un vistazo con sus gigantescas alas plagadas de vivientes ocelos!

Tal y como vino, se fue. Y aunque eso tampoco le hizo respirar con tranquilidad —al contrario que al allocamelus, que, ¡vaya, vaya!, adoptó una postura pasiva en la tierra como si fuese a echarse una siesta ahí mismo después de tanta furia—, al menos pudo relajarse lo suficiente para coger impulso e ir en busca de su adorado ayudante, en el que no había parado de pensar desde que volvió de la oscuridad en la que seguían atrapados sus familiares.

La hora de la furia (Los casos de Izan Gakuma 4)Onde histórias criam vida. Descubra agora