Capítulo 18

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Regina y Vera sonrieron y recibieron la salva de tiros como quien recibe la brisa en la playa. Los disparos fueron contados y estratégicos, apuntando al pecho o al estómago, algo que no pareciera demasiado calculado. Si es que podían llamarse disparos, porque todas las pistolas se encasquillaron al unísono.

Queta sabía lo que iba a pasar, pero, aun así, no pudo evitar mirar sorprendida a las paredes y columnas de la basílica. En cada una de ellas, comenzaba a distinguirse un solo símbolo luminoso, el símbolo de la paz.

—¡Funciona! —no pudo evitar gritar—. ¡Regina, eres la hostia!, ¡ahora no nos pueden atacar!

—No, el área consagrada no afecta a intenciones ni influye en seres orgánicos, no soy un hada. No obstante, afecta a espacios e influye en los símbolos. Y no hay nada que represente menos la paz que las armas de fuego —explicó Regina. Luego se volvió hacia Benji—. Aquí no funcionarán vuestras pistolas, hemos tenido tiempo de preparar el terreno.

—¡Parece que habéis sido vosotros los que habéis caído en nuestra trampa! —se jactó Queta.

Elena y Benji intentaron dispararles con sus pistolas. También se encasquillaron, así que guardaron sus armas y Elena dijo:

—No nos hacen falta armas para acabar con esto.

La feérica extendió las manos y un bulbo oscuro comenzó a germinar en la palma de cada una. Los bulbos florecieron, mostrando una gran corola negra asedada, y, de ellos, salió un extraño polen que se extendió por el perímetro. Elena parecía inmune a él, pero Guzmán no y comenzó a toser. Sus extremidades se debilitaron y cayó al suelo, desovillado.

—¿Qué me pasa? —preguntó con voz pastosa.

—Un agente nervioso orgánico que afecta a tu capacidad motriz. Mi Círculo tiene afinidad con las técnicas de manipulación orgánica. Una de las pocas cosas que me han servido de algo de mi penosa herencia de hada —explicó Elena—. Pero tranquilo, podrás seguir razonando. —Elena se acercó y posó la caja en el suelo—. Dile a tu demonio confidente que la abra.

—¡Y una mierda!

—Bueno, está bien, mis encantos no quedan anulados por el agente nervioso, ¿sabes? —dijo ella, agachándose junto a él y cogiéndole la barbilla con suavidad.

Las fosas nasales de Gus se abrieron de par en par, aspirando, por igual, las esporas y las feromonas.

Miranda corrió hacia él para ayudarle, sin darse cuenta de que un vampiro había saltado sobre ella, blandiendo una cuchilla de sombras, pero un látigo de escamas le agarró la mano y detuvo su cuchillada. Queta y Miranda vieron cómo una gran serpiente gigante se enrollaba rápidamente alrededor del atacante y lo estrujaba. Se oyó un crujido sordo y el vampiro también cayó al suelo como un muñeco de trapo. Menos mal que todavía respiraba.

—Ezzz hora de tomarzzzelo en seriooo —siseó la serpiente gigante. Era la voz de Vera.

—¡Tengo que rescatar a mi hermano! —gritó Miranda.

—Quedarazzzz inmovilizada y ya ezzztamoszz en desventaja.

—¡Yo iré! —gritó Queta y, antes de que Vera o cualquier otro pudiera replicarle, ya se había abierto camino entre la bruma de esporas.

—¿Qué hace? —preguntó la vampira.

—Ella ezzz inmune.

Las preguntas se agolpaban en los ojos de Miranda, pero asintió y, con un elegante movimiento, extrajo un látigo oscuro de su propia sombra proyectada.

—¡Entonces, guardémosle las espaldas!

Juntas, bestial y vampira, azotaron a todo atacante que se atrevió a acercarse a la zona tóxica, inmovilizando a dos de ellos y reduciendo a otros dos.

Los chicos de Luna y las perlas ensangrentadas (Beta completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora