01: Luz fluorescente

9 0 0
                                    

El frío suelo de concreto se clava en la piel de mi rostro. Por un momento, sólo puedo sentir la irregular superficie bajo mi mejilla. Mis extremidades aún presentan un poco de dolor residual y moverme es una tarea casi imposible. Intento concentrarme en mover un dedo, sé que al hacerlo el resto será más sencillo, pero mi cuerpo parece desconectado de mi cerebro, como si mis pensamientos fueran instrucciones dadas a oídos sordos.

Yazgo acostada en el piso cual títere al que le han cortado los hilos, apenas respirando, con el sabor metálico aún presente en mi boca y mi camisón pegado a mi cuerpo por el sudor. Quedarme en el suelo es tentador, mis párpados pesan demasiado y siento cómo gran parte de mis energías se van en mantenerlos abiertos.

El dolor anterior desaparece de a poco, dejándome inerte en el centro de una habitación que apenas puedo observar bien. No reconozco el gris piso sobre el que estoy, en mi casa no hay algo así. Intento mover un dedo de nuevo, concentrándome lo más que puedo en eso, pero sin sentir prisa por hacerlo. Al parecer, mis instintos no han despertado.

Intento abrir la boca, sin embargo, mi mandíbula duele y mi cabeza se siente a punto de estallar. Cierro los ojos con fuerza, provocándome una nueva punzada de dolor, antes de soltar un leve quejido que me recuerda a los que los animales dan antes de morir. Tengo que moverme, porque siento que, de no hacerlo ahora, no podré continuar.

El dedo índice de mi mano derecha es el primero en reaccionar, arrastrándose de manera lenta sobre el rugoso suelo, raspando mi sensible piel en el proceso. Sonrío triunfal, causando más dolor, antes de que otro dedo se le sume. Cuando puedo mover toda la mano, el brazo la sigue por inercia.

Apoyo la palma abierta, empujando mi cuerpo hacia arriba. El mundo me da vueltas, mi visión se nubla por el esfuerzo y termino cayendo de bruces de nuevo sobre el piso desnudo. Una pequeña piedra suelta se entierra en mi mejilla, el aguijonazo de dolor hace que lágrimas se formen en mis ojos. Suelto otro quejido, un poco más fuerte que el anterior, maldiciéndome por hacerlo.

Espero en el piso, por completo paralizada, sin querer abrir los ojos por miedo a lo que podría llegar a ver. Sin la visión, mis otros sentidos parecen agudizarse; el piso es más áspero, la herida en mi rostro es más dolorosa, el cansancio me taclea con más fuerza. Me obligo a prestar atención a los sonidos, buscando algo que pudiera delatar algún tipo de movimiento, sin saber qué esperar.

Murmuros bajos llegan a mis oídos desde la distancia. Una hosca voz pronuncia las palabras como si estuviera escupiéndolas, hablando entre dientes, demasiado bajo para poder escucharlo. Oigo el choque entre cosas metálicas, ese característico tintineo de cajones llenos de cosas siendo abiertos y cerrados con prisa, mientras rechinidos mecánicos acompañan algo arrastrándose de un lado al otro.

Por primera vez desde que abrí los ojos, la urgencia se apodera de mí. Abro los ojos de par en par, admirando la inmensidad gris que es el piso, y me fuerzo a poner mis palmas contra el concreto. Tomo una bocanada profunda, junto todas mis energías en mis brazos y empujo. Mis piernas tardan en responder y el esfuerzo de sostener todo mi peso en mis delgados brazos hace que puntos negros floten en mi visión. Miro mis piernas, que yacen aún dormidas bajo mi camisón, y me concentro en moverlas, haciendo mi mejor esfuerzo por ignorar el dolor que atraviesa mi cabeza. Sin aliento, logro mover la primera pierna y lo siguiente es pan comido.

Cuando me doy cuenta, estoy hincada en medio de una habitación desconocida.

Rebusco en mi memoria por una pista que me indique dónde estoy, pero nada viene a mi mente. Lo último que recuerdo es haber puesto a Alma en su cama y después irme a dormir yo; la rutina de todas las noches. Nada raro o llamativo pasó, nada fuera de lo común que me diera algún indicio de que terminaría preguntándome qué es este lugar.

ADELAWhere stories live. Discover now