Capítulo 4

360 10 3
                                    

Mi primera impresión de Nueva York no había sido la esperada: a millas de ser glamurosa. Las calles eran de lo poco que apreciaba, parte de su encanto lo atribuía a su anochecer. Los ruidos, siempre presentes, las luces, siempre encendidas. La gente era grosera. Insultaban sin darle cabida a nada. Nacerían y morirían con mal temperamento.

Cerré los ojos; mis brazos sentían el fresco y mis zapatos se arrastraban por el asfalto aún húmedo a causa de la lluvia incesante. La parte trasera de la cabeza me punzaba, no tenía ni la menor idea de qué me había dado Mason, aunque estaba segura de que tardaría en irse de mi cuerpo. Esperaba que Wes no se enterara de que había pasado la noche con él, podía llegar a hacerme una de sus tantas escenas.

Me paré delante de un puesto de café. Pensé algunos segundos antes de ordenar. Los carritos de comida nunca se encontraban entre mis primeras opciones, pero eran preferibles antes que ir a un Starbucks. Me paré detrás de una pareja. Escuché de lo que hablaban: al parecer, discutían por un tema familiar, ella le reclamaba algo. Sonreí con la cabeza gacha. No se percataron de que era su turno. Me crucé de brazos. Tosí fuerte para sacarlos de su trance y tampoco se percataron de eso. Pasé por su lado y ordené.

—Un latte.

Eran las once de la noche, día de semana. Los locales estaban abiertos hacía horas, los buses de turistas llevaban gente a lo loco, se veían flashes en dirección a las estructuras más emblemáticas, familias extranjeras caminando y comprando. Y todo al mismo tiempo.

—Seis dólares.

Saqué unos billetes arrugados, los arrojé sobre el mostrador y agarré mi vaso. Le eché un poco de canela y azúcar, lo probé e hice un intento de sonrisa. Las palabras de Camille volvieron a trazarse en mi mente. El día anterior, al regresar a mi departamento, había recibido un mensaje de ella. Me quedaba una última botella del ron que guardaba para los momentos especiales, y me la terminé. Su gusto era dulce como cobertura de torta, pero la sensación que me dejaba era mortífera, comparable a la de un pedazo de carne cruda.

Sabía dónde quedaba el centro del que Camille me había hablado. Y aunque no significaba nada, porque no pensaba ir, su comentario seguía resonándome. Pensé en cuántas veces me había hecho lo mismo. El año anterior, me había fastidiado por meses con las razones por las que creía que mi pelo se vería mejor rubio y con ondas. Todas las tardes tenía que pensar en arcoíris para no acogotarla. En otra ocasión, sacó a relucir los nuevos bares que se estaban inaugurando. Ella nunca salía. «Ponerme de novia me avejentó», fueron sus palabras. No me sorprendía su más reciente recomendación, y sabía que no lo dejaría hasta obtener una respuesta contundente de mi parte.

Bufé.

Mis piernas fueron en dirección recta y me alejaron de la calle principal. Los ruidos no eran tan abrumadores como antes y las luces ya no avivaban el ambiente. Me dirigí al suroeste por la quinta avenida hacia E 74th St. Doblé en una esquina y me dejé guiar por mi memoria. El camino era más largo de lo que recordaba.

No había gente por esa zona, y me pregunté si sería normal. Algunas cafeterías y restaurantes se cruzaron, no era raro: Nueva York estaba plagado de esos Dunkin Donuts, Starbucks o, inclusive, los Ralph's Coffee. Los detestaba. Si Argentina tenía algo de bueno, era el café.

Tiene que ser un chiste, me dije frente al edificio. Era marrón en su mayoría, o eso parecía en la oscuridad. Pestañeé repetidas veces y, mientras me alejaba, saqué mi celular. La pantalla indicaba el nombre de Nolan. Revoleé los ojos.

—¿Qué querés?

—Yo también me alegro de oírte, Liv.

—Nolan —advertí.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Nov 07, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Ilación y Versania (YA DISPONIBLE EN LIBRERÍAS ESPECÍFICAS-PREGUNTAR CÚALES)Where stories live. Discover now