Desde Irlanda hasta Israel (Parte 2/3)

1 0 0
                                    

— Hola, qué tal. Pasa... — Saludo al visitante al abrir la puerta del departamento.

Él me da la mano y yo se la aprieto muy fuerte.

— Gracias, mucho gusto. Soy Israel...

— Yo, Vietnam...

— Oh, que nombre tan fuerte. — Parecía impresionarse.

— Sí, verdad. — No dejé de apretarle la mano, me percato al ver su rostro mirando la escena, suelto su mano y me sonrojo. — Disculpa. Estoy un poco emocionado.

— Ya veo.

Israel sonríe apenado. Las amigas se dan cuenta y sin dejar el juego nos llaman.

— Acá estamos. Comenzamos a jugar póquer. ¿Se unen? — Grita Irlanda desde la sala.

— Ya vamos. — Respondo.

Lo invito a pasar y casi de inmediato le quito una mochila de su espalda y la pongo en el suelo. Lo tomo del hombro, lo empujo hacia adentro del departamento, caminamos hasta la sala y nos unimos al grupo de chicas.

Media hora más tarde, y después del primer juego, Israel propone que fuéramos al súper a comprar cervezas para nosotros.

— Sí, ocupamos chela y unos Marlboro. Basta de copitas de doñita copetuda.

— Sí, pura señora amargada hay aquí... — Digo en broma y miro de reojo a Irlanda quien hace un puchero con sus labios.

— Por lo menos hubieran comprado un panalito para los hombres...

— ¿Un Viva Villa?

Nos carcajeamos.

— Bueno, no tanto... eso ya es aguarrás... mi garganta es profunda, la neta si aguanto, pero no tanto...

Suelto la carcajada tras el chascarrillo de Israel. Todas me miran extrañadas, después se ríen haciéndonos segunda.

Israel y yo salimos, subimos a mi coche y arranqué la máquina. Las risas se desdibujaron de nuestros rostros. En la marcha, íbamos en silencio, como completos desconocidos.

— ¿Entonces eres aguantador? — Digo en son de broma para romper el hielo.

— Pues sí. Aguanto toda... — Responde con una ligera sonrisa en los labios. — Bromeo. Pero sí aguanto, aunque no es totalmente mi rol.

Hago como que no entiendo el trasfondo de su respuesta. Continúo conduciendo el coche.

— Y ¿qué me dices tú? — Pregunta.

— Yo casi no tomo, pero prefiero cerveza al vino tinto ese, malísimo, que tienen las mujeres en el depa. Me deja la garganta bien seca. — Carraspeo. — Lo ves. Ahora necesito lubricar mi garganta.

— Igual yo. Como que se me antojó algo fresquecito.

Soltamos la carcajada. Típica plática de hombres, todo en doble sentido.

— Ahí... — Israel señala el minisúper.

Estaciono el coche, apago el motor y subo los vidrios de las ventanas. Estaba a punto de levantarme del asiento y salir cuando me dice algo que me paraliza.

— ¿Así que traes muy seca la garganta?

Israel me mira fijamente. Lo miro también. Acerca su rostro al mío. Mis cejas suben instintivamente. Mira mis labios y se moja los suyos con su lengua. Retrocedo algunos centímetros, pero es demasiado tarde. Sus labios se unen a los míos lubricándolos.Retrocedo de nuevo después de varios segundos.

— Espera. ¿Qué chingados haces?

— Pues, era lo que querías...

— ¿Qué? ¡No!

— ¿Cómo qué no? Si tú mismo lo dijiste hace unos segundos...

— Lo decía en sentido figurado...

— Figurado, mis huevos. Si desde que llegué estabas muy nervioso. Te pusiste colorado al verme. Sonreías sin parar.

— Estaba entusiasmado.

— Lo ves.

— Estaba entusiasmado.

— Eso es lo que digo yo.

— No.

— Lo acabas de aceptar.

— Sí, bueno, la verdad es que me da gusto cuando conozco a alguien que tiene nombre de ciudad o país, parece una pendejada, pero siempre me pasa.

— ¿Qué mamada es esa? — Israel parece sacado de onda. — No chingues. Muchas personas tenemos nombres de ciudades o países...

— Pero ninguno como el mío... Tu nombre es bonito...

— Lo ves, ya empezaste de nuevo.

— No. — Sonrío. — Me malinterpretas...

— Ni madres. ¿Qué tiene de especial mi nombre? Hay millones de Israeles por todo el mundo.

— Pues sí, más nunca había conocido a uno en persona. Además, es fuerte como mi nombre...

Quedamos en silencio. Incómodos. Uno mira hacia la derecha y el otro a la izquierda. Tengo nervios. Estoy hecho bolas. En mi mente revivo la sensación de sus labios y la reacción brusca que tuve. Concluyo, la verdad es que el beso me gustó tanto que me provocó una erección inmediata, aunque disimulé muy bien porque cubrí mis piernas con el brazo en el volante.

— Perdón, me asusté. — Confieso entre risas nerviosas.

— ¿Con mi nombre? Ay, no me chingues. La verdad es que yo también pensé que... — Se disculpa apenado. — pues estabas muy efusivo y yo... pues es que creí que tú también, y que eras mi cita... pinches viejas me las van a pagar...

Mis labios interrumpen el sermón cerrando la boca de Israel con un apasionado beso. 


Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Cuando te encuentreWhere stories live. Discover now