Una llamada desesperada (Parte 1/2)

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— Riiiiiin.

Un rayo de luz entra por una rendija de la ventana de la habitación. El timbre de un celular suena tres veces, nadie contesta. De sobresalto, Ricardo despierta desnudo, acostado en la cama, en una recámara que no es la suya.

El timbre del celular suena de nuevo con insistencia. Vibra. Ricardo busca entre las sábanas, bajo la almohada, en el suelo. Después de una tormenta de ruido, lo encuentra cerca de sus pies y mira que el emisor, es número conocido.

— Bueno... — Contesta Ricardo adormilado.

Una voz desesperada al teléfono.

— Pinche Ricardo, te he estado marcando toda la noche... ¿Dónde estás?

— Me quedé a dormir en casa de unos compas... — Ricardo encuentra sus calzones entre las sábanas. Se los pone y se sienta en la orilla de la cama. — ¿Y la Yukari?

— ¿Qué? ¿Dormir? ¿Cuáles compas?

— Unos compas que hace mucho no veía... que te importa. ¿Y la Yukari?

— ¡Cómo que, qué me importa! Me llamó la Yukari y no supe que decirle. ¿Dónde chingados estás? ¿Estás bien?

— ¿A qué hora llamó?

— Me acaba de hablar, cuñadito, y le dije que no sabía, ni madres, de ti. Pero sigue insistiendo y yo ya me harté de escucharla...


— ¿Y qué te dijo?

— Pues se puso como loca. Ya sabes cómo es...

— Güey, ¿y por qué no le dijiste que estaba dormido en el otro cuarto o que me había ido a comprar un café al Oxxo? Yo que sé...

— No mames, Ricardo, es mi hermana, está desesperada y tú en casa de tus compas a toda madre... No la chingues. Soy tu mejor amigo y, claro que le puedo echar mentiras piadosas, sabes que te hago el paro porque eres mi amigo, pero tampoco te pases. Ya no encuentro que más mentiras decirle.

— Bueno, inventa algo. Me tengo que ir...

— ¿A dónde? No me cuelgues, ¿Dónde chingados estás?

— Yaaa, tengo que colgar. — Ricardo hablaba entre dientes, cómo si dijera un secreto.

— No mames, esto me da mala espina, ¿te tienen secuestrado?

— No seas tan exagerado, güey. Estoy bien. Ya me voy para la casa. — Cuelga.


Mientras Ricardo explora el lugar. Ya en silencio, se escuchan los ruidos matutinos de la ciudad: ladridos de perro, autos, murmullos de gente. Fuertes rayos de sol entran por una pequeña la ventana.

Suena el celular de nuevo.

— Puta madre, la Yukari... — Mira su celular, deja que suene y cuelga. — Me tengo que ir de aquí. ¿Y mi cartera?

Mientras busca a tientas entre la sábana se escucha un portazo, se asoma por la puerta sigiloso y al no ver a nadie, suspira. Suena el celular de nuevo, mira el contacto y contesta.

— ¿Qué pedo cuñado? Te dije que ya voy...

— Ricardo, la Yukari te anda buscando por toda la ciudad, pendejo. Ya me habló más de veinte veces. Dijo que si no le contestabas en 15 minutos iba a ir a todos los hospitales, a la Cruz Roja y las jefaturas de policía de la ciudad. También a los periódicos y al noticiero de la tarde. Y además, quiere que yo la lleve en el carro. ¿Dónde chingados estás?

Ricardo guarda silencio mientras mira por la ventana y en todas direcciones de la habitación.

— La neta es que no sé. Te juro que no sé.

— ¿Cómo que no sabes?

— Pues no lo sé... estoy solo en un departamento medio lujoso.

— ¿Es un hotel?

— Pues, no. Más bien parece una casa ricachona... ¡Qué importa! Dime, ¿Qué pasó anoche?

— Cómo que ¿Qué pasó anoche?

— No me acuerdo de nada, cabrón...

— Ay, no mames, Ricardo. No me salgas con qué perdiste la memoria. Ahora, además de pendejo, olvidadizo...

— Es en serio... dime, ¿Qué pasó anoche?

No mames, ¿es neta?

— Sí, cabrón, ¿Qué pasó anoche?

— Pues fuimos a festejar tu despedida de soltero al bar de siempre: el Bolas, el Rigo, el Chema, tú y yo... La palomilla, pues...

— De eso sí me acuerdo, ¿luego qué?

— ¿Cómo que luego qué? Me estás viendo la cara de pendejo...

— No, en serio, ¿luego qué?

— Pues fuimos a cotorrear, nos empedamos bien cabrón. La última vez que te vi, estabas en la barra... bueno, no estabas solo. Hablabas con una vieja buenísima; con unas chichotas y un culote. Te hacías el payaso y ella se carcajeaba y se te lanzaba bien cabrón. Nosotros nos carcajeábamos a lo lejos, ya sabíamos que te iba a mandar a la chingada. Si ya te conocemos lo plomo que eres.

— Espera, ¿chichotas?

— Veeeerga...

— ¿Qué?

— Estás en su departamento, pendejo.

No mames... qué chingón... — Ricardo, emocionado, trata de recordar.

— Verga, te envidio. Estaba bien buena la vieja, cabrón. — Festeja el cuñado. — Y eso que te creíamos el más pendejo de la pandilla.

— No puede ser, no me acuerdo de nada...

— Que pendejo estás. Y dime, ¿en dónde estás ahorita?

— Pues ya te dije que en un depa lujoso...

— No seas pendejo, eso ya sé. Me refiero a qué parte del departamento.

— En la recámara...

— ¿Y qué hay o qué?

— Una cama...

— No te digo... ¿Qué más hay además de la cama?

— Una bata de baño... — La toma y la huele. — mojada.

— No mames... ¿está mojada? Entonces se bañaron después de echar pata...  — El cuñado festeja de nuevo.

— Uy, se me hace que sí... — Ricardo sigue olisqueando la toalla. — Y huele mejor que el jabón rosita que te dan en los moteles.

— Eres mi ídolo, cabrón. ¿Qué más hay? A ver, busca una foto...

Ricardo mira en todas direcciones, mordiéndose los labios por los nervios.

(Continúa)


* Basado en un texto de Carolina Rivera

* Basado en un texto de Carolina Rivera

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