Capítulo 3

43 5 0
                                    

—O sea, tengo que ir a un campamento a pasar el verano. Pero nos veremos en otoño—dije desde el asiento trasero del coche mientras miraba por la ventana. A lo lejos, una banda de pájaros volaba tranquilamente.

Llevábamos tres horas en el coche. Papá era el conductor en esta segunda parte del viaje, llevaba un rato saltándose los límites de velocidad. Supongo que después de nuestro encontronazo con la mantícora era lo mejor.

Habíamos tarado una semana en poder arreglar el coche. Aprovechando que todo estaba tranquilo, me permitieron terminar el año escolar, es decir, una semana más. Solo tuve que preparar un macuto con ropa para un mes, los cuchillos alargados de caza, bienes básicos y el peluche de Eclipse; pues en caso de pasar cualquier cosa nos iríamos de inmediato.

—Sí, ya hemos hablado de esto, Evangeline... — Papá me dirigió una mirada por el espejo retrovisor mientras me respondía antes de devolver su mirada a la carretera. Era una advertencia.

Desde el día del ataque de la quimera todo había estado más tenso en casa. Incluso sin más ataques relevantes, parecía difícil entender qué era lo que pasaba. Sí, sabía que era una semidiosa. Pero no entendía muy bien por qué no me decían quién era mi padre o madre de todos los dioses. Tampoco llegaba a entender muy bien porque nos seguían tantos monstruos y nadie parecía hacer nada.

No obstante, decidí callarme, pues no quería tener ningún tipo de pelea antes de despedirme de ellos. Mamá estaba dormida y tampoco quería despertarla.

Devolví mi mirada a la carretera. Hacía tiempo que habíamos abandonado el estado de Massachusetts, atravesado Connecticut y el Atlántico se extendía a nuestra izquierda. Según papá llegaríamos en breves. Me lo creía, porque pronto desapareció el mar para dar paso a una bahía.

Al otro lado, la vegetación había vuelto a ser frondosa como la de nuestro pueblo. Pocas veces entendía por qué, pero el bosque siempre me daba más paz y tranquilidad que el mar. Eso es lo que hizo que me fijase más en ese lateral que en el del agua.

Había muchos pájaros posados en los árboles. Se parecían en color a los que había visto hacía un rato. Uno se movió y, al darle el sol, emitió un reflejo. Eso hizo que frunciese un poco el ceño y me fijase mejor.

Fue entonces cuando entendí que no eran agradables pájaros que emigraban a algún otro lado debido a las temperaturas de esa época del año. No.

—Papá, deberías de despertar a mamá —dije intentando que el miedo que sentía no se reflejase en mi voz, aunque creo que no lo conseguí como me habría gustado.

—¿Qué pasa, princesa? —Su mirada dio con la mía en el espejo un solo segundo, porque yo devolví la vista a los árboles.

Quería asegurarme de lo que veía, tener claro lo que veía fuera del coche para no asustar a mi padre sin razón. Pero estaba cada vez más convencida de que aquellos pájaros no eran normales. Sus picos, sus alas y sus garras parecían de algún metal. Estaba segura de que era la única forma en que pudiesen relucir tanto a cada rayo de sol que les tocaba.

Me habían explicado muchas veces lo que implicaban los nombres, el cuidado que había que tener con utilizarlos en según que situaciones. Ese era el momento de saltarse cualquier norma porque por mucho que conociera el nombre no sabía cómo salvarnos. Recordaba vagamente haber escuchado la historia y poner atención, pero ahora mismo nada venía a mi mente.

—En el bosque, hay aves del Estínfalo. —En cuanto oyó mis palabras, pasaron tres cosas a la vez: llevó una mano al brazo de mi madre a la vez que la zarandeaba suavemente, aceleró saltándose todavía más los límites de velocidad y las aves, que parecían haber despertado ante mi afirmación, empezaron a volar.

La hija de Apolo (La Princesa del Olimpo 1)Where stories live. Discover now