11. MARIPOSAS

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Eda Yıldız:

Mientras la voz de Manuel Turizo junto a María Becerra inunda mi oficina al ritmo de "Éxtasis", me encuentro revisando algunos archivos que estaban mal fichados por el director editorial anterior. No puedo quejarme porque tengo el puesto por el que soñé y luché, pero se nota que el pobre hombre sólo pensaba en retirarse. No lo juzgo, dedicarle toda tu vida a una empresa al mando de Elijah Miller es agotador, pero no tuvo en consideración a la persona que se convertiría en su sucesora, es decir, yo. Ahora mismo estoy perdiendo un valioso tiempo en reorganizar archivos y tratar de descubrir a qué pertenecen otros.

He decidido no estresarme al respecto y poner un sistema de orden para mi paz mental, por lo que le dedico una o dos horas a la reorganización y el resto al trabajo que tengo asignado. Finalmente, luego de cinco largos años, puedo concentrarme sólo en mi trabajo y no en recibir el del resto de mis compañeros. Ahora me respetan, saben mi nombre y, lo mejor de todo y mi venganza favorita: tienen que cumplir con fechas límites de trabajo. Es lo que más satisfacción me da sobre ser la directora editorial y, por ende, su superior. Me he puesto como objetivo resolver lo que toca el día de hoy antes de la reunión que tengo con Elijah y con Oliver, pero visto la hora que es, me parece que no lograré demasiado.

Miro el apartado de la fecha del archivo que tengo delante y, como la gran mayoría de los que ya revisé, no la tiene. Por lo que me toca buscar en la base de datos de la computadora, que, por cierto, es nueva. Y también tengo acceso a casi todo el sistema de la empresa, cosa que antes no tenía. Estuve alardeando de eso con Archer, quien me ha hecho jurarle por Salem que le contaría sobre algún chisme jugoso que pudiera aparecer. ¿Quién soy yo para negarle eso a mi mejor amigo?

Mientras busco el archivo, muevo la cabeza al ritmo de la canción, concentrada totalmente en mi trabajo. Es por eso que, cuando la puerta se abre de un golpe seco, todo lo que puedo hacer es gritar y saltar en mi lugar por el susto que me ha provocado.

Cuando miro hacia la puerta, veo a Serkan parado ahí, con la mano en la tabla de madera y la respiración agitada. Tengo el corazón acelerado por el susto, pero tiene los ojos un poco ¿desorbitados? Eso me preocupa más de lo que quiero matarlo por haber ingresado así a mi oficina.

—¿Qué pasa? —él ingresa a la oficina y cierra la puerta. Se acerca a mí con su teléfono en la mano, pero no me responde— ¿Ha sucedido algo? ¿Por qué me has dado un susto de muerte abriendo así la puerta?

—Anıl. —Susurra, lo que me hace fruncir el ceño automáticamente.

—¿Anıl?

—Has matado a Anıl.

Tardo unos segundos en procesar qué es lo que me está diciendo y, cuando lo hago, no sé si reír o levantarme a darle en la cabeza contra la misma puerta que casi tira abajo.

—Serkan...

—¡Quince golpes! ¿Se puede ser más demente? —exclama, la voz le sale aguda por la conmoción no fingida­—. ¡Mató a su mejor amigo! ¿¡En qué estabas pensando!?

—Serkan. —Vuelvo a llamarlo, intentando no reír, pero me ignora.

—¡Pero, pero! —alza su dedo, como impidiéndome interrumpirlo— Lo más importante es ¿¡por qué!? ¿Por qué mató a su mejor amigo? ¿¡Qué había en esas pruebas!? ¿¡Cómo va a deshacerse del cuerpo!?

A este punto está gritando, dando vueltas por mi oficina como si aquello lo ayudara a pensar mejor en sus teorías. ¿Yo? Bueno, yo comienzo a reír descontrolada por esta reacción y decido pasar por alto las mariposas en mi estómago al conocer que efectivamente, Serkan está leyendo una obra de mi autoría. Está leyendo a mi bebé más preciado.

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