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Después de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida.


Mario Benedetti

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Tan solo habían transcurrido dos meses.


El fallecimiento de una adolescente no era un motivo conciso para ser elegida específicamente ya que sobrellevar y dirigir un caso que llevaba archivado meses era incomprensible, además la discreción que envolvía al homicidio de la joven de tan solo diecinueve años era de tal manera no solo embriagante, sino también curioso y misterioso. Teagan Davis había sido puesta al frente del caso, recientemente retirada, tan solo un año del mundo de los homicidios. Solo le tomó unas cuantas semanas analizar el papeleo, mientras se detenía nuevamente en las pruebas confusas, para tomar el caso en sus manos.

Un caso peligroso e incomprensible, había llegado a esa conclusión.

No había mucho que decir, la serie de tragedias y escandalosos secretos en aquella época debido a la revelación del diario incompleto que Adara Dimou había dejado atrás. Habían hecho temblar, no, más bien estremecer a los habitantes de la pequeña localidad, situada a las afueras de Grecia, Ikaria era una isla hermosa repleta de leyendas.

Su estudio se encontraba en un estado de absoluto silencio, los libros apilados en la alfombra, más los puestos en los estantes al lado izquierdo del ventanal yacían pulcramente ordenados, solamente iluminados por la luz cálida y opaca de las velas, resaltando sombras en el pequeño espacio.

Tomó el único fólder que descansaba encima de su escritorio; se permitió pasear la mirada y escudriñar el color casi irónico con el que lo habían mantenido.

Rosa, al igual que aquellos cabellos.

Colocó la fotografía de la víctima frente a sus notas, mientras volvía a analizar su perfil y comenzaba a escribir analizando nuevamente los hechos.

Adara Dimou Galanis, procedente de una familia acomodada, por así decirlo, compuesta solamente por su madre, propietaria mayoritaria de una empresa de textiles que había sucumbido recientemente a una demanda. Para la corta edad de fenecer de la joven, a sus diecinueve años era genuinamente hermosa. Su cabello azabache, ondulado y largo, alcanzaba la altura de sus caderas, quedando más allá de las puntas un suave color rosado. De estatura media, un cuerpo con pronunciadas curvas, piel blanca con pequeñas cicatrices en sus rodillas y manos, pasando desapercibidas como los grabados de tinta que cubrían su piel en tres diminutas proporciones.

Tenía un rostro bello y fino, con pómulos levantados, pero ciertamente la parte más desconcertante eran sus profundos ojos verdes, afilados, enigmáticos y feroces, con largas pestañas oscuras. Su mirada era suave pero fatal.

Su belleza era evidente, pero también la había llevado a su descenso, teniendo en cuenta sus relaciones personales, amigos más cercanos, y quizás encuentros pasionales. Su actitud cambiante había dejado mucho que desear.

Se habían decidido a investigar e indagar más a fondo en las relaciones sentimentales que había mantenido. Todas y cada una eran, por así decirlo, enredadas en su mayoría. Ni su apariencia, ni la personalidad que portaba parecían encajar en su lista de amantes. Arrestarlos era una opción, pero con el transcurrir del tiempo no era lo más apropiado. Por ahora tener en cuenta cada información y agregarla a su expediente era de suma importancia.

Don't tell the SecretWhere stories live. Discover now