Dieciocho

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Tu voz sonaba furiosa, tus ojos grises eran como tornados incontrolables. Me gritaste, me llamaste egoísta. Yo solo pensaba que Dios era el egoísta, pero tus palabras todavía siguen repiqueteando en mi cabeza a pesar del tiempo.

Dijiste que cómo no podía darme cuenta del amor inmenso que me tenía mi madre, cómo no podía darme cuenta de que tenía que luchar y no lamentarme. Ya tenía cáncer y estaba venciendo porque no era valiente para enfrentarlo.

Mierda, tenías razón.

El problema era yo.

El príncipe que no tuvo su final feliz © ✔️ (M #0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora