Memorias

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Recuerdo despertar en el sillón de cojines verdes con flores frutales, no recuerdo como llegué ahí o cuando me dormí, pero estaba sola en la sala, el aroma a viejo se percibía del cojín, no había ruido, todo estaba silencioso y tranquilo. Quizás tuviera 5 o 6 años, lo sé porque él estaba ahí antes. Estaba vivo. Me senté en el sillón y llamé por mi madre sin respuesta. Fui al baño, uno pequeño, pero no estrecho, con puerta de cristal en la ducha. Luego lavé mis manos y salí. Caminé por el pasillo hacia la cocina, pasando esta hasta el cuarto que quería, la habitación de mi abuelito.

No me gustaba estar sola, me asustaba desde pequeña el concepto del abandono. Recuerdo estar algo asustada al abrir la puerta y percibir el clásico olor a neutro que causaba esterilizar una habitación mezclado con el aroma a roble viejo, un aroma peculiar de mi abuelito.

No estaba en su cuarto y me preocupe más, sentía la creciente opresión de soledad que abrumaba mi pecho... No podía dejar de pensar en que me dejaron.

Salí del cuarto pasando otra vez por la cocina, notando el gran barril verde metálico que guardaba las galletas saladas con el duendecito como figura.

Pensé en tomar una pero no podía hacerlo sin permiso. Y entonces lo escuché la dulce melodía de alguna canción todavía más vieja que mi tiempo mismo interpretada con una armónica metálica de las grandes.

Corrí afuera y lo vi, ahí estaba mi abuelito, sentado cerca de la puerta y el balcón interno, tocando su armónica con mucho cariño. Me acerqué a él aliviada y abracé su pierna tratando de no llorar por el miedo que me provocaba la idea de estar sola de verdad.

No recuerdo qué le dije o qué me contestó, pero si recuerdo su permiso para tomar una galleta de ese gran barril verde de la cocina. Regresé a la cocina, subí a la mesa utilizando la silla como soporte y abrí el bote, asegurándome de cerrarlo bien luego de sacar dos largas láminas de galletas saladas. Volví con mi abuelito y me senté a su lado mientras los dos comíamos galletas.

Recuerdo haberle pedido que me enseñara a tocar la armónica y el prometiendo que me enseñaría, que solo debíamos comprarme una adecuada para mí.

No sé cuánto tiempo hubo entre uno y el otro suceso, pero recuerdo llegar del kínder, correr a su casa, que quedaba frente a la mía, y subir a su cuarto.

Recuerdo la pesadez en el ambiente y los llantos... esos horribles y falsos llantos. Fui a su cuarto y ahí estaba en su cama, con un par de sus llamadas hijas que lloraban sin lágrimas en los ojos.

Me acerqué a su cama y él parecía dormir, aunque sabía que no lo hacía. A pesar de ser muy pequeña y no conocer previamente el concepto de la muerte, yo sabía que mi abuelito ya no estaba conmigo.

Recuerdo llorar y suplicarle que se levantara, recuerdo haberle reclamado romper su promesa de enseñarme a tocar la armónica... recuerdo reclamarle por haberme dejado sola.

Recuerdo haberlo visto unos años más tarde, su silueta parada en el centro de la cocina de mi nueva casa. Me asusté, porque sabía que eso no era posible, sabía que los muertos no volvían a la vida, pero era él. Me sonreía como siempre y me saludó con cariño antes de desvanecerse, me había ido a visitar. Recuerdo que lloré, entendí en ese momento que él si se fue físicamente, pero nunca me dejó sola, siempre estuvo cuidándome...

Whispers of the Wisdom Witch: Tales of Life, Love, and the Shadows of the SoulWhere stories live. Discover now