—Entonces se ven raras —corrigió gruñón.

—¿Eres un niño? Los adultos se comen las verduras —siguió molestándolo, lanzándole una sonrisa maliciosa que flaqueó tras dedicarle una mirada de soslayo al mayor de sus hermanos.

Jacaerys lucía tenso, observando justo a la izquierda, al final de la mesa, fija e intensamente.

—No, yo no...

Ella ignoró al menor y volvió el rostro para descubrir la fuente de interés; la figura despreocupada de su padrastro. Podía adivinar por la forma desinhibida en la que susurraba al oído de su copero que había perdido el decoro detrás de su cuarto o quinto trago pero la naturaleza de Daemon Targaryen en realidad distaba de cualquier licor. Era él mismo en su máximo esplendor, descarado y juguetón, protegido por los muros de su fortaleza primaria, cuanto acto irresponsable fuera permisible a los ojos de su esposa.

Visenya, como ya era usual, retiró la mirada en cuanto lo vio tirar del antebrazo del hombre para ser servido.

Rhaenyra carraspeó profundo y tomó bajo su cargo cada pizca de silencio en la mesa. —Esta tarde ha llegado una carta. Rhaena y Baela estarán aquí por la mañana. Su padre y yo pensamos que sería conmovedor recibirlas al amanecer, todos juntos, hacerlas sentir como en su hogar. Tal vez puedan visitar juntas la nueva nidada de Syrax, pronto podría...

—Creí que Visenya reclamaría a... —Lucerys solo interrumpió para exclamar como un bebé.

Daemon, quien hasta entonces se había limitado a escuchar en mutismo, por fin sonrió como si su vida volviera a ser bañada de luz y esperanza. Sus hijas con la finada Lady Laena habían estado fuera ya tanto tiempo que no podían contarlo, siempre bajo el cuidado de Rhaenys Targaryen, quien curiosamente había omitido cualquier invitación que se extendiera al resto de sus nietos.

A Visenya no le importaba si la mujer permanecía reacia a su existencia por lo que le quedara de vida, ni siquiera podía recordar cuando había sido la última vez que habían compartido un par de palabras. Fuera de la diplomacia cordial, eran desconocidas.

Y si era franca, Marcaderiva era solo una Isla de paso en su vida, irrelevante. Nada más que un pedazo de mapa en la majestuosa mesa pintada de Rocadragón. Desde luego que era focal y basto pero en el enorme mundo que tenía para sí misma por delante como hija de la princesa heredera al Trono de Hierro, no conciliaría ser devastada por cualquier ausencia de reconocimiento que sus abuelos se negaran o no a otorgarle. No conocía una familia más grande, siempre habían sido su madre y sus tres hermanos hasta su regreso permanente a la sede principal de su casa, cuando Daemon y sus propios vástagos se sumaron a su vida para multiplicarse.

Visenya Velaryon no era heredera de nada. No era la primogénita, ni tomaría Marcaderiva o Rocadragón, como sí lo harían sus hermanos. Probablemente se desposaría con el Lord que se le permitiera sugerir llegada la edad apropiada pero su nuevo hogar sería al lado de su esposo cuando... el día se presentara. Y con un poco de suerte, atribuiría a una noble casa más que la mano de una princesa, si no un dragón y la sangre espesa del mismo. Aunque ciertamente no le entusiasmaba tal destino, pues abandonar su familia para darle forma a una propia resultaba abrumador.

Agradecía tener opciones. Su madre había sido clara y explícita al respecto. Tenía opciones. Siempre que Rhaenyra, Daemon, sus abuelos o el rey Viserys vivieran, tendría opciones.

Y atesoraba con todo su corazón tal beneficio, con cada atisbo de su ser.

Sus hermanos, por otro lado, habían sido interrogados alguna vez sobre un futuro compromiso con sus primas-hermanastras. Los títulos de la Serpiente Marina pasarían a ser de Luke y tomar la mano de Rhaena era lo más justo para la casa Velaryon, cuando ambos tuvieran la edad suficiente para comprender la formalidad de un compromiso. Jacaerys, de la misma manera, había recibido comentarios sobre una unión ventajosa junto a Baela, pactados para tomar juntos sus tierras natales, después de que su abuelo falleciera y su madre heredara oficialmente el Trono de Hierro. Aún era pronto para hablar de ello pero eran planes. Y, desde luego, ella misma estaba encantada. Ambas eran acreedoras de un carácter sobresaliente y loable, jamás habría aceptado menos para sus hermanos, nada menos que buenas compañeras de vida.

𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄 𝐘 𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍𝐄𝐒 +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora