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Sentada en este lugar aún desconocido, sentí cómo algo quemaba a mis espaldas, ese instinto primitivo de sentirse vigilado por alguien. Antes de girarme para identificar aquello que me causaba intranquilidad, me fijé en algunos rostros nuevos. Todos aquí parecían conocerse, era el inicio de curso, pero del segundo año, así que seguramente los grupos ya estaban hechos. La necesidad de conocer a esas personas y formar algún tipo de amistad era casi una obligación para poder sobrevivir.

Iniciar mi vida en un lugar nuevo era algo a lo que ya estaba acostumbrada. El trabajo de mi padre siempre requería mudarse a kilómetros de distancia. Esta era la cuarta ciudad a la que llegábamos y también la más difícil, ya que los lazos más importantes de mi vida los había formado en mi antiguo hogar. Extrañaba a mi mejor amiga Madi, a mis ex maestros y compañeros, incluso a los vecinos más molestos, porque al menos todos pertenecían a un terreno conocido. Ahora todo era nuevo y me sentía perdida, como un extraño.

Una especie de escalofrío recorrió mi espalda, la presencia atrás de mí era increíblemente poderosa, así que dejé de retrasar lo inevitable y me giré.

Lo primero que vi fueron sus ojos, oscuros por toda la profundidad que parecían ocultar, resaltados con ese sombreado negro que los hacía aún más imponentes. La argolla de metal plateada decorando la esquina de su ceja, el cabello en una especie de peinado punk que parecía elaborado, negro, en contraste con su pálida piel.

Ya tenía su mirada puesta en mí, tan fija que mi corazón no pudo evitar contraerse por la intensidad de sus propios latidos. Era hermoso, pero también inquietante.

Force a mis propios músculos para esbozar una pequeña sonrisa, ya que las palabras no parecían querer salir de mi boca. Él no correspondió, me observó unos cuantos instantes más y luego puso su atención en su teléfono, ignorándome. Volví a darme la vuelta hacia mi puesto, sintiéndome algo fuera de lugar y avergonzada por la incómoda interacción.

No lo había visto llegar a la sala de clases, tampoco lo vi salir cuando estas acabaron. Simplemente noté que no estaba cuando di una última mirada valiente antes de salir por la puerta hacia mi última clase.

No volví a verlo por todo lo que quedó de día, pero su imagen de alguna forma me había quedado grabada. Me intrigaba saber su nombre, ver si compartiamos más clases además de esa, saber lo que sea sobre él y sobretodo por qué parecía no agradarle.

De vuelta a casa me entretuve con todo lo que encontraba en el camino, animales, el paisaje, incluso empecé a patear piedras cuando ya no sabía qué más hacer. El propósito era tardar todo lo posible en llegar. No quería ver a mi padre y que empezara a insultarme, ni ir directo a mi habitación y sentirme aún más sola.

A pesar de mis intentos por mostrarme simpática, nadie se interesó lo suficiente en mí como para conocerme en la universidad. Hacer amigos iba a ser más difícil de lo que pensaba, antes se me hacía tarea fácil, pero parecía que a medida que iba cumpliendo años todo lo de socializar iba complicandose.

Saqué las llaves para entrar cuando ya estuve parada fuera de mi casa, dando un pesado suspiro porque ya había llegado. 30 minutos caminando no habían sido suficiente tiempo para mí misma y mis pensamientos.

Ya dentro me encontré con una casa vacía, al parecer a mi padre se le había ocurrido salir y eso nunca traía buenos resultados. Salir era sinónimo de llegar drogado y, si llegaba a molestarlo por algún motivo en ese estado, terminaría dándome una paliza. Los moretones frecuentes que cargaba mi cuerpo eran testigo de eso.

Estuve mensajeándome con Madi por un rato, incluso le había hablado sobre el chico misterioso que se sentaba detrás de mí y ella me recomendó esperar a que alguien más dijera su nombre para saberlo.

STALK | Bill KaulitzWhere stories live. Discover now